¿Recuerdan aquel anuncio que pregonaba las insuperables ventajas de que “no traspasa, no se mueve, no se nota”? Caló hondo porque esa es, precisamente, la moral que dicta el orden que Pasolini llama “acumulación de desechos apilados al azar”.
Fiel a esa moral, el poder ha inventado mil maneras de tapar, disimular, escamotear, silenciar cualquier grito que no se ajuste a la moral de la compresa. Ese parece el objetivo de esta flamante casa, que intenta -con relativo éxito- silenciar lo que gritan los muros. Hay que decir que no es novedad; el invento tiene siglos de historia. Cada nueva religión dominante construye sus templos sobre los restos de los vencidos, de manera que ahora visitamos catedrales que a duras penas ocultan mezquitas que, a su vez, asentaron sus reales sobre iglesias visigóticas. Siempre, eso sí, previa destrucción.
Pero, claro, no es tan fácil; todo grito deja huella. Es más, la huella del grito, más la del intento de silenciarlo, construyen un nuevo mensaje, más poderoso. Como la pregunta de Mafalda ante la pintada “¡Basta de censu”, que no sabe si “se le acabó la pintu, o no pu termi por razo que son del domi publi”.
¿Qué no habrá para quién? Rellene la línea de puntos. Mejor: mire bajo el muro.
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