Hace ya tiempo estuve trabajando en una ONGD más de una década. Allí hicimos un buen trabajo en educación para el desarrollo. Intentábamos que todas y todos tomásemos conciencia de que la colaboración y el trabajo que se realizaba en los países del Sur no eran caridad sino un trabajo de justicia y solidaridad. Intentábamos trabajar en un nivel de igualdad con las personas de los distintos países, aportando lo que allí no había, que no era otra cosa que el dinero.
En aquel entonces, algunas ONG apostaban fuerte por los apadrinamientos de niñas y niños sacando buenos beneficios de las fotos que ponían con las caritas de pequeños que, en teoría, apadrinaban. Siempre pusimos en entredicho este tipo de colaboración, entendiendo que el apadrinamiento puro y duro crea también diferencias entre la propia familia y los propios hermanos. Se publicó por entonces un artículo, no recuerdo su autor, titulado “Padrinos o hermanos”, en el se abogaba por una colaboración más de igualdad y menos de superioridad por parte del que dona. Algunas de estas ONG cambiaron su discurso y dijeron que el dinero de apadrinar un niño o niña recaía en el beneficio de la comunidad. A pesar de todo, siempre he sentido un cierto rechazo al tema de los apadrinamientos. Creo más en el trabajo de la comunidad y en las personas que no necesitan de una foto con un rostro agradecido para hacer sus aportaciones en beneficio de proyectos de desarrollo comunitario.
Quizá se pregunten ustedes a cuento de qué todo esta inmersión en el pasado. Les explico. Hace unos días veía la televisión y me quedé asombrada, me costó reaccionar ante lo que oía y veía. Una joven madre contaba su situación de crisis total. No tenía trabajo, no tenía ningún ingreso, había tenido que dejar su casa, vivía en un garaje… Su madre, cuando cobraba su pensión, le compraba un carrito de comida que le servía casi para quince días y los otros quince se las apañaba como podía. Esta mujer tenía un hijo pequeño, de unos siete años. Ella estaba contenta porque a su hijo le había apadrinado una familia de Noruega. Ella había enviado la foto de su hijo y habian recibido comida, ropa, juguetes… Estaba contenta.
Cuando reaccioné fui a Internet y consulté. Hay más casos. Decenas de noruegos están contribuyendo al sostén de familias españolas gracias a un reportaje que se emitió por la televisión de Noruega. La impresión aún no se me ha quitado.
Y ahora vamos con los primos. Y en ese capítulo entramos muchas y muchos. Cuando escribo esta mecedora el diario El País acaba de publicar las cuentas de Bárcenas, los pagos realizados, según este diario, a la cúpula del PP. Y entonces se me queda la cara de prima. ¿Cómo es posible que esto esté pasando en España? ¿Cómo es posible que sigamos soportando el nivel de corrupción que estamos soportando y no hagamos algo verdaderamente serio?
No hablo de violencia: hablo de resistencia, de compromiso, de salir a la calle, de negarnos a seguir las leyes que nos están imponiendo… De insumisión. Hablo de resistencia no violenta, pero de resistencia ante esta situación insostenible donde hay que apadrinar a menores para poder vivir y otros ladrones y ladronas de guante blanco se enriquecen a costa del empobrecimiento y el sufrimiento de miles de familias.
¡Basta ya! Si hemos trabajado por la dignidad y por ayudar a salir de la pobreza a los países del Sur –y lo tenemos que seguir haciendo–, ahora no podemos quedarnos de brazos cruzados ante las injusticias que estamos viviendo en nuestro propio país.
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