Otro planeta

Otro planeta era en el que vivían las mujeres de comienzos del siglo XIX. A todos los niveles. La mujer era considerada como ciudadana de segunda categoría, relegada de la vida social, destinada al matrimonio y a la maternidad, y en otros casos a la vida monástica. Muchas se doblegaron, vivieron el papel al que la sociedad, totalmente patriarcal, les había relegado. Otras no se sintieron cómodas en el cliché asignado y quisieron romper los moldes. No lo tuvieron fácil.

A veces, en el caso de las escritoras, en el que hoy quiero centrar la atención, tuvieron que esconderse tras un nombre masculino. Quizás las más popularmente conocidas sean las hermanas Brontë:  Charlotte, Emily y Anne. En 1836 Charlotte fue la primera en escribir y enviar lo escrito para publicar. La respuesta que recibió al cabo de tres meses«la literatura no puede ser asunto de la vida de una mujer, y no debería ser así», no la desanimo sino al contrario, y bajo el nombre de Currer Bell, sería reconocida como una de las mejores novelistas británicas. Su mayor éxito literario fue Jane Eyre.

Emily escribió bajo el seudónimo de Ellis Bell. Su única novela, Cumbres borrascosas, fue comparada por su maestría con nada menos que la obra de Shakespeare. Todo un logro de “Ellis Bell”.

La pequeña de las hermanas y la menos conocida, Anne, firmó como Acton Bell y la obra por la que la conocemos es Agnes Grey. Anne pone en boca del personaje de su novela, una institutriz, lo que ella misma pensaba: «Qué delicioso que sería convertirme en institutriz, salir al mundo, empezar una nueva vida, tomar mis propias decisiones, desarrollar las facultades que tenía sin usar, probar las capacidades que tengo y que no conozco, ganarme mi propio salario. No importaba lo que dijeran los demás, yo me veía perfectamente capacitada para la tarea».

Hay una larga lista de mujeres que ocultaron su identidad tras nombres varoniles para poder expresarse libremente y artículos que recogen sus trayectorias. Yo sólo voy a subrayar dos de ellas: Maria de la O Lejárraga y Carmen Burgos.

María de la O Lejárraga García, nació en la Rioja en 1874 y murió a los 100 años en Buenos Aires, pobre y exiliada a pesar de los éxitos literarios y teatrales que escribió a lo largo de su vida. Estos éxitos siempre fueron atribuidos a su marido con el que se casó en 1900. La primera de sus obras firmadas con su nombre real no tuvo mucha aceptación y esto fue lo que la llevo a ocultarse tras el nombre de Gregorio Martínez Sierra, su esposo, “quien recibía elogios en los estrenos de Canción de Cuna, El amor brujo y El sendero de tres picos de Manel de Falla, mientras la autora y libretista esperaba en casa”. ”Escribió en silencio, en soledad entre cuatro paredes, lejos de los aplausos por las obras de teatro que salían de su pluma. Su nombre es una ausencia, una sombra, un vacío y una historia dolorosa”, señala Eva Díaz Pérez en un artículo que merece la pena leer completo.

Carmen de Burgos Seguí nació en Almería a finales en 1867 y murió en Madrid en 1932.  “Carmen de Burgos firmaba sus artículos periodísticos a principios del siglo XX como Colombine. El director del medio para el que trabajaba no quería que se supiera su identidad. Su género. Y es que fue una auténtica precursora del feminismo que a día de hoy poco se conoce en el imaginario popular. Se adelantó a la escritora francesa Simone de Beauvoir en un libro inédito como fue La mujer moderna y sus derechos. De haber nacido en otro rincón de Europa, este libro, publicado en 1927, hubiera sido una de las obras más influyentes del movimiento feminista”. Afirma María Serrano en su artículo publicado en 2019 en Público

Contrajo un matrimonio fallido donde fue víctima de maltrato por parte de su marido, y una vez que estuvo en Madrid, estableció una relación sentimental con Ramón Gómez de la Serna y aunque no se casaron compartieron su vida y su pasión por la literatura durante casi veinte años. Fue periodista, escritora, traductora y activista de los derechos de la mujer Perteneció a la generación del 98. Se la considera la primera periodista profesional en España y en lengua castellana por su condición de redactora del madrileño Diario Universal. También está considerada como la primera corresponsal de guerra.

No lo tuvieron fácil ninguna de estas mujeres. Ninguna. No escribieron con seudónimo para beneficiarse de ningún premio. Escribían con un nombre ficticio porque con el suyo no podían, porque tenían denegado el acceso a la literatura, a las artes escénicas… Era otro mundo, otro planeta.

Ahora, estamos en unos momentos en los que el feminismo vende. Todos somos feministas, incluso quienes siguen mirándonos a las mujeres como sujetos de segunda categoría. Los hombres se reúnen para hablar de los derechos de las mujeres, y en nombre de las mujeres, los hombres, tres en este caso, firman con nombre de mujer, Carmen Mola. Y si que debe molar y mucho llevarse un suculento premio de  un millón de euros.

Hace mucho tiempo que este premio huele un poco a chamusquina. En 2005 Juan Marsé renunció como jurado tras una experiencia que calificó como muy negativa y frustrante. Pero es que esto de ahora es muy bestia (¿será coincidencia el nombre de la obra ganadora, La Bestia?) Y para muestra lo que ponía en Twitter Carbonite Dan.

Nada más que añadir, “señoros” todos de este planeta que no me gusta nada.

Charo Mármol
Últimas entradas de Charo Mármol (ver todo)

2 comentarios en «Otro planeta»

  1. Creo que Charo Mármol se pasa con su feminismo victimista. María Lezárraga sabría por qué aceptaba que su marido formase sus obras pero no es porque en aquel tiempo las mujeres no pudieran publicar. Emilio Pardo Bazán había publicado sus novelas sin ningún problema.

    En cuanto a Carmen de Burgos fue una periodista reconocida, perteneció a la Asociación de la Prensa, dio conferencias y tenía una tertulia a la que acudían artistas e intelectuales. La enorme discriminación a que fue sometida es que el director del primer periódico en que colaboró le sugirió que firmase con el seudónimo de Colombina. Terrible ofensa1 Sobre todo que en aquel tiempo el uso de seudónimos era frecuente, desde el de Azorín hasta los varios de Ramiro de Maeztu.

    Lo dicho: Charo Mármol se pasa

    1. Hola,he leído con cierta sorpresa el comentario al artículo de Charo Mármol. La compañera Elena Castro parece tener un profundo desconocimiento de la historia de las mujeres.
      Charo,no te has pasado.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *