Este mes me acompañan en “mi mecedora” dos mujeres, una de ficción y otra real como la vida misma: Leila y Roxana.
Leila es la protagonista de La fuente de las mujeres, película dirigida por Radu Mihaileanu. La película se desarrolla en un pequeño pueblo, en algún lugar del norte de África donde la tradición exigía que las mujeres fueran a buscar el agua a la fuente que nacía en lo alto de una montaña, bajo un sol ardiente. Era así desde el principio de los tiempos y nunca se había cuestionado, aunque hubiese costado a las jóvenes muchos problemas, accidentes, abortos… Pero un día Leila, una joven casada, propone al resto de mujeres una huelga de amor: nada de sexo hasta que los hombres colaboren en el traslado del agua hasta la aldea. Y la realidad del pueblo cambia gracias al ahínco, el trabajo y la solidaridad entre las mujeres. Por supuesto, ante la gran incomprensión de la mayoría de los varones. Aunque no todos son insolidarios, (en algo se tiene que notar que la dirección de la película es de un varón). Merece la pena verla.
Roxana Quispe es una indígena quechua, de Perú. Hace unos meses la ONG Entreculturas presentó un informe: Las niñas a clase. Una cuestión de Justicia, un interesante estudio sobre la educación y las niñas, así como su incidencia en la vida futura de las mujeres y en las comunidades a las que pertenecen. Se puede descargar en www.entreculturas.org.
Para presentar este informe invitaron a Rosa María Mújica, educadora y miembro del Instituto Peruano de Educación en Derechos Humanos y Paz y a Roxana Quispe, lideresa campesina que había participado activamente en el programa de escuelas rurales de Quispicanchi, Perú.
Desde el primer momento esta mujer sencilla atrajo mi atención y me resultó muy interesante el diálogo que se estableció entre Rosa María y Roxana, que nos fueron presentando el caso de las escuelas rurales de Quispicanchi; “Las mujeres nos decían que no querían ser mujeres porque se sufría mucho y las que más se resistieron a que las niñas fueran a la escuela fueron las propias mujeres porque entonces, sin sus hijas, todo el trabajo recaía sobre ellas”, nos dijo Rosa María.
Roxana participa en el proyecto y es un claro ejemplo de lo que se puede conseguir a través de la educación y de la escuela. Ella no solo ha aprendido a sumar y restar sino que ha cambiado completamente su relación con la familia.
En el proyecto utilizaron una metodología participativa, a través de la propia experiencia. Participaron tanto los maestros, como los padres y los niños y niñas. Durante estos seis años y en todos estos estamentos se ha producido un cambio asombroso. Los maestros eran agresivos y pegaban a los niños y niñas, ahora tratan de ganárselos y motivarlos para el estudio; los padres no se preocupaban por la educación de los hijos e hijas ni les demostraba su cariño, ahora juegan con ellos y se preocupan por la evolución. Y los niños –y, sobre todo, las niñas- son los que más han cambiado: “Qué diferencia de cuando comenzamos la intervención, cuando la gran mayoría de las niñas no hablaba, se tapaba la carita con la manga de la chaqueta y cuando hablaban lo hacían en susurros mirando al suelo”. Las niñas en sexto grado han pasado de ser solo el 39% a ser el 50%.
Roxana es la directora de la Asociación de Madres y Padres de Familia de Tinki y es una activista convencida. “La educación empieza desde la casa. Si no hay educación en la casa, es difícil que la haya fuera”. Y sin educación las mujeres aún tenemos más difícil el acceso al mundo laboral y a ganarnos el respeto, la libertad y la autonomía en los propios hogares en cualquier parte del mundo.