Estamos viviendo la memoria de los cincuenta años que han pasado desde el 11 de octubre de 1962, cuando el papa Juan XXIII inauguró en Roma el Concilio Vaticano II y propuso al cristianismo un regreso a las fuentes de la fe y un camino de actualización de la vida y acción de las Iglesias. Infelizmente, ese esfuerzo para expresar la fe de forma más accesible a la humanidad de nuestro tiempo fue violentamente reprimido por Juan Pablo II y por el actual papa, que defiende la tesis de que el Concilio Vaticano II no representó ningún cambio o renovación profunda en la vida de la Iglesia.
Durante la década de 80, el Consejo Mundial de las Iglesias ha pensado realizar un concilio que debería reunir pastores y personas cristianas de las diversas confesiones con vistas a un servicio a la paz, justicia y defensa de la naturaleza. El proyecto no ha prosperado. En los años 90, cristianos y ministros católicos han pedido la realización de un nuevo concilio. Y para que ese proceso se desarrolle desde las bases, han propuesto que las Iglesias entren en un estado de proceso conciliar, o sea, un camino de diálogo y profundización de la fe desde las comunidades locales.
En América Latina, mientras el clero y los círculos oficiales de la Iglesia se vuelven cada vez más conservadores y apartados de las comunidades pobres, en diversos países emerge cada vez con más fuerza el proceso bolivariano, nuevo camino social y político de carácter socialista, abierto a las tradiciones indígenas, negras y cristianas.
De 17 a 19 de agosto tuvo lugar el Encuentro Internacional sobre Espiritualidad Liberadora a la Luz de la Teología de la Liberación. Cristianos, cristianas y pastores de diversas Iglesias se reunieron en Caracas para profundizar sobre cómo quienes siguen a Cristo deben participar en ese proceso social como compromiso misionario y espiritual. Las personas que participaron en ese encuentro han concluido que, aunque parcial e imperfecto como todo lo que es humano, el proceso bolivariano ha sido para las personas empobrecidas un signo visible de la realización del proyecto divino en el mundo. Para comprometer a las Iglesias y otras religiones en ese camino, se sugirió ya no un concilio que aún se ve como reunión de obispos, ni tampoco un sínodo que congrega solo a personas cristianas, sino un foro macroecuménico que pueda reunir a personas y comunidades de diversas tradiciones espirituales que buscan servir a la vida, a la justicia y a la comunión con el universo. Será una excelente forma de conmemorar los cincuenta años del Concilio Vaticano II.
- Francisco, el primer milagro de Bergoglio - 10 de marzo de 2023
- Naufragio evitable en Calabria; decenas de muertes derivadas de la política migratoria de la UE - 27 de febrero de 2023
- Control y represión, único lenguaje del gobierno de Nicaragua - 21 de febrero de 2023