En este cincuentenario del Concilio Vaticano II, el papa y las autoridades máximas de la Iglesia Católica interpretan el concilio en la línea de la continuidad. Sin embargo, Juan XXIII quiso con el concilio renovar la Iglesia y actualizar (él hablaba de aggiornamento), además, “las más antiguas y venerables tradiciones”, como decía el papa bueno.
Frente a la crisis social y económica que atravesamos y al sufrimiento de tantas personas, es increíble cómo la Iglesia institucional y sus representantes si niegan a dialogar con la humanidad y a abrirse a lo que Jesús llamó “signos de los tiempos”. Al ver eso, muchos cristianos y cristianas llegan a una triste conclusión: la institución eclesiástica no tiene salvación. La Iglesia como institución parece cerrarse a la renovación del Espíritu y a cualquier atisbo de conversión.
Hace más de diez años el movimiento por un nuevo concilio propuso que las Iglesias y comunidades locales entraran en un proceso conciliar que pudiera, un día, expresarse en un nuevo Concilio. De hecho, cuando el papa Juan convocó el Concilio y propuso renovar la Iglesia, el terreno estaba fecundado porque desde hacía más de 50 años se habían desarrollado movimientos de base como los movimientos bíblicos, teológicos, patrísticos, ecuménicos, misionarios y otros que prepararon la Iglesia para la nueva primavera que fue el Concilio.
Por pensar en eso, durante este año, en cada artículo mensual, me propongo profundizar con ustedes en una actualización de la teología y de la doctrina del Concilio para nuestros días. En un diálogo con el mundo actual y en un lenguaje abierto a personas laicas y también no cristianas, podemos desarrollar cómo vivir hoy los grandes temas y propuestas que, en su tiempo, el Concilio osó formular. Cada mes de este año tomaremos: el lugar de la Iglesia en el mundo actual, cómo ella se ve a sí misma, cuál es su relación con la palabra de la Biblia, cómo queda hoy la cuestión del culto, cómo vivir hoy la misión, el diálogo con las otras Iglesias y religiones, cómo también el diálogo con las personas y grupos sin religión.
En el siglo II, paganos pidieron al cristiano Teófilo, obispo de Antioquia: “¡Muéstranos ese, tu Dios!”. Teófilo respondió: “Muestren cómo ustedes ven el ser humano que, entonces, yo podré presentarles mi Dios”. En la clausura del Concilio (08 de diciembre 1965) el papa Pablo VI, citando a otro padre de la Iglesia antigua, afirmó: “Para encontrar a Dios, es necesario encontrar antes el ser humano”. Esa es la palabra clave para comprender ese esfuerzo de actualización de la Iglesia. En Brasil, algunas comunidades eclesiales de base pasan a llamarse “comunidades humanas de base”. En nuestra base familiar, de trabajo y de amistad, vivamos como un “laboratorio de eclesialidad”, o sea, una experiencia fuerte y permanente de diálogo entre nosotros y nosotras, de células proféticas de resistencia y cambio de ese modo de organizar el mundo, apertura a la humanidad y a la comunión con todo el universo.
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