Cartas desde los márgenes, de Rosa María Belda Moreno y José Carlos Bermejo Higueras, es, como su nombre indica, un compendio de cartas que cuentan historias de personas excluidas que pretenden despertar a la población y sensibilizarla. La “espina dorsal” de este libro la conforman las experiencias de drogadictos, prostitutas, inmigrantes, pederastas, presos, sin techo (“vagabundo”, “transeúnte”, “mendigo” o “indigente” son términos inadecuados), moribundos y maltratadores que tienen que hacer frente, todos y cada uno de los días de sus vidas, a que, en la actualidad, la sociedad se rija por el lema del “sálvese quien pueda”.
A través de sus 184 páginas, Belda y Bermejo invitan al lector o lectora a aproximarse a la realidad que asola el mundo. Un mundo repleto de desigualdades de las que todos somos responsables.
Es muy duro darse cuenta de que nos regimos por unas normas, un modo de vida, de comportarse, de actuar impuesto y en el que, en la mayoría de los casos, no hemos participado. “La vida me ha obligado a cambiar el paso y a retrasar el comienzo”, asegura Belda.
El libro está compuesto por once capítulos que se nutren de las palabras de las personas más favorecidas. En algunos casos, si naces aquí, la vida puede sonreírte mientras que, si naces allá, tu vida puede estar sujeta a la más mísera miseria. ¿Por qué?, ¿por qué la situación parece no sólo no cambiar sino empeorar con el paso del tiempo? Todavía queda “mucho respeto que aprender”.
Es bastante probable que la mayoría de personas que hayan leído o que lo estén leyendo no tengan problemas similares a los que se exponen en Cartas desde los márgenes. No obstante, si somos capaces de empatizar con el prójimo, si somos capaces de ponernos en su lugar, de acercarnos a una realidad distinta a la nuestra y cambiar, aunque solo sea en cierto modo, nuestra mentalidad, podremos decir que Belda y Bermejo habrán conseguido más de lo que, probablemente, imaginaban.
Hablemos de cifras. En 2010, el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki Moon, afirmó que alrededor de mil millones de personas residían entonces en barrios marginales en el mundo, en viviendas inadecuadas, en su mayoría eran menores de 25 años y que viven en países en desarrollo. De entre esos millones de personas, muchas, están a tu lado y al mío. No es que no lo sepamos, es que no queremos ser conscientes de ello. No queremos pensar que somos culpables, en cierta medida, de la situación de muchas personas. Que, si bien no hemos provocado su causa, no contribuimos a que su contexto cambie. Por lo tanto, somos igual de responsables y no se puede pasar “la pelota” a otras personas y ponerse una venda en los ojos.
Otro caso que recogen Belda y Bermejo, es muy significativo. En el barrio de Mbare de Harare (Zimbabwe), 1.300 personas comparten una letrina comunitaria con seis pozos sobre los que acuclillarse. Mientras, aquí nos quejamos por haber perdido el autobús y tener que esperar diez minutos por el siguiente. Así está organizado nuestro mundo. ¿Qué hay de la relativización?
El entorno es vital para que una persona pueda desarrollarse plenamente. Si una persona que vive en, pongamos por caso, Calcuta (India) enferma y no tiene los medios para hacer frente a su enfermedad es cuando más se nota la diferencia. Eso no quiere decir que no debamos quejarnos y protestar cuándo vemos cómo nuestros derechos se están viendo recortados día tras día por la situación que, desde hace unos años, está carcomiendo el país y a su gente. Sin embargo, hay momentos en los que debemos pararnos en seco, respirar y pensar. Pensar… ¡qué bella palabra! Tenemos atención sanitaria, no nos vamos a morir a causa de una gripe. Hay personas que sí.
La desigualdad en salud es tan enorme que se refleja en lo que se gasta por persona y año. Un ejemplo es Eritrea, donde se gastan 11 dólares (8’23 euros aproximadamente), frente a lo que ocurre en Luxemburgo: 8.262 dólares (alrededor de 6.182 euros).
“Jesús nos invita a ‘tocar’ a las personas que han ido separadas de la sociedad y a pisar sus territorios. Más allá del miedo y el prejuicio”. Muchas personas son discriminadas por su condición social, por la enfermedad que tengan, por su pasado o por su presente. Tienen un estigma y éste perjudica. Es el caso de la etnia gitana: “En otros tiempos, este pueblo era representante de valores como la libertad, la alegría, el respeto, la fidelidad, la unión de la familia, el compartir y acoger a pie de calle”, hoy muchos miran a estas personas por encima del hombro, los consideran la escoria de la sociedad sin darse cuenta de que esa persona que se ve superior al lado de alguien, sea gitano o no, ya se ha situado él mismo a ras de suelo.
“Pero es que no puedo hacer nada”. Disculpas de alguien que tiene de todo cuando realmente “la esperanza reside en las pequeñas iniciativas que movilicen a todos los agentes sociales”. La generosidad en su manifestación más plena puede encontrarse en aquellos que nada tienen y todo lo dan. Aquellas personas que no buscan obtener un beneficio por sus actos. Tienen gestos que salen del corazón.
Hay que “valorar lo poco que tienes porque, como no sabes si mañana lo vas a tener…”, se recoge en una de las cartas del libro. Personas que han sido torturadas, que han sido violadas por familiares, que son discriminadas por su enfermedad. Cada una tiene su historia, cada una es especial por algo y todas tienen algo en común, son humanas y se merecen ser escuchadas, leídas, en este caso.
“Jesús proclama el Reino de Dios y lo compara con el tesoro escondido o la perla preciosa que hace feliz a quien la encuentra” (Mt 13, 44-46). Todos y todas podríamos ser quien encontrase la perla a la vuelta de la esquina o al salir del ascensor de nuestra casa. Incluso muchas personas son las perlas de este mundo que necesita más humanidad.
“Se puede salir, pero hay que luchar. Empezar a quererse a una misma. No volver a decir eso de ‘no valgo para nada’. Y para adelante”. Ella…una mujer sola, con una vida llena de cicatrices en cuerpo y alma, vivencias, sabiduría a pie de calle. Todo se puede, nada es imposible pero, ante todo, hay que querer, hay que intentarlo y si tropiezas y te caes, levantarse y no derrumbarse.
Según Naciones Unidas, cuatro millones de mujeres y niñas son víctimas de trata humana y, cada año, 1’39 millones de personas (en su mayoría mujeres y niñas) pasan a engrosar la nómina de esclavas sexuales. Frente a esta frase extraída de Cartas desde los márgenes tenemos otra: “Con tres guardias más me compro este anillo”. Sí, así es la vida. Unos lo tienen todo. Otros no tienen nada. Para una persona lo importante es vivir un día más, para otra es trabajar para adquirir un objeto material que lo máximo que puede hacer es embellecerla por fuera durante unos minutos.
Es cierto que la crueldad humana no tiene límites. Sería bueno que la gente leyese el libro de Belda y Bermejo para acercarse más a la realidad que hay tras las paredes que nos hemos impuesto.
“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 33-34). Jesús vuelve a decir que es posible elegir, eso es en definitiva ser humano, orientarse hacia el camino del perdón. Pero, ¿cuántas veces hay que perdonar? “Setenta veces siete”, afirmaba con rotundidad Jesús, pero, ¿cómo? Las respuestas no son fáciles ni únicas. ¿Se puede?, ¿tú quieres?, esa debería ser la primera pregunta.
El tema de la violencia de género, que también ocupa parte de las casi 200 páginas, se trata de explicar a través de la teoría de la indefensión aprendida formulada por Seligman en 1975 y que postula que “los malos tratos repetidos disminuyen la motivación de las mujeres a responder” y esta indefensión dificulta, por tanto, “la posibilidad de solucionar el problema”.
La teoría del vínculo traumático desarrollada por Dutton y Painter hace referencia a una relación basada en “el desequilibrio de poder”. Finalmente, Andrés Montero habla del síndrome de Estocolmo doméstico, que lo describe como “un vínculo interpersonal de protección construido entre la víctima y su agresor”.
Jesús no solo establece cómo ha de ser una relación de igualdad con las mujeres, sino que reivindica la autenticidad. “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra…” Además, Jesús rompe el dinamismo pasivo: te curas si mueves en tu interior la voluntad de curarte: ¿Quieres curarte? ¡Apuesta!, ¡arriesga!
Un sentimiento que parecía “ahogar” a quienes protagonizan Cartas desde los márgenes era el de “si pudiera rebobinar mi vida”. “¡Cuánto dolor evitable! ¡Cuánto sufrimiento generado por un mal uso de nuestra libertad!”, dice Bermejo y tiene razón.
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