Es momento de habituarme a estar dentro de mí, me acostumbro a mi presencia, a solas con el silencio de mi alma. Paso a paso nos adentramos en nuestro interior. El viaje se había tornado oscuro, recóndito, estrecho. Pero aquel era el único sendero hacia nuestro verdadero yo. Me identifico y me diferencio del resto del rebaño. Tengo mi propio nombre, mi propia identidad, mis propios sueños, mi propia fuerza y mi propia vulnerabilidad.
“Es dificultosísimo de dar a entender”, dice la santa, “si su Majestad no lo hace” (IVM, 1,1).
Y todo eso, fuerza y debilidad lo amo, porque es mío, todo ello configura mi verdadero ser. Y desde ese nuevo ser, me preparo para la acción. Será en mis actos en dónde mejor pueda reconocerme y mostrarme, desde ese nuevo ser mío, transformado.
Y no debe olvidarse que “El señor da cuando quiere y como quiere y a quien quiere…”, que no es esto resultado de nuestra voluntad, sino de otra voluntad que ya actúa en nosotros y nosotras. Pues “la voluntad bien me parece que debe estar unida en alguna manera a la de Dios; más en los efectos y obras de después se conocen estas verdades de la oración, que no hay mejor crisol para probarse” (IVM 2,8).
Se nos advierte en estas cuartas moradas que no hay sitio para la negociación ni el trueque. Tenemos que “Amar a Dios sin intereses…(IVM2,9)… pues no está obligado el Señor a darnos nada…y sabe mejor que nosotros lo que nos conviene… Cuanta más meditación tengamos y más nos estrujemos no viene esta agua por aquí… Solo se da a quien Dios quiere y cuando más descuidada está muchas veces el alma…” (IVM 2,9).
“Estos sentidos y cosas exteriores parece que van perdiendo de su derecho porque el alma vaya cobrando el suyo que tenía perdido” (IVM 3,1) y “quien menos piensa y quiere hacer, hace más” (IVM 3,5).
“Como buen pastor, con un silbo tan suave, que aun casi ellos mismos no le entienden, hace que reconozcan su voz y que no anden tan perdidos, sino que se tornen a su morada. Y tiene tanta fuerza este silbo del pastor, que desamparan las cosas exteriores en que estaban enajenados y metense en el castillo” (IVM 2,8).
“El efecto que produce esta oración es… un dilatamiento o ensanchamiento en el alma, a manera de como si el agua que mana de la fuente no tuviese corriente, sino que la misma fuente estuviese labrada de una cosa que mientras más agua manase más grande se hiciese el edificio,…y va disponiendo para que quepa todo en ella” (IVM 3,9).
Camino hacia delante, hacia dentro, pero también hacia fuera del alma. Porque esta grandeza recibida no es solo para nosotros y nosotras, sino para el mundo. El sendero del autoconocimiento ya no nos resulta tan estrecho y recóndito. La pendiente ya no es tan inclinada y, al fondo, siento, intuyo, hasta puedo ver ese destello que conduce mis pasos. Solo por hoy me dirijo hacia ese silbo que grita mi nombre y ya no hay vuelta atrás. Me dejo seducir. Me dejo enamorar.
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