«La estadística es la ciencia que, si yo me como dos pollos y tú ninguno, concluye que nos hemos comido un pollo cada uno». Con esta imagen tragicómica se presenta un año más la campaña Cuaresma, cuarenta días con los últimos, promovida por los religiosos marianistas de España. Una campaña que, desde hace diez años, propone dedicar cada uno de los cuarenta días de la cuaresma a cada uno de los países que están a la cola en alguno de los aspectos que conforman algo tan complejo como es el desarrollo humano.
Con este trasfondo, el hilo conductor este año será el de las desigualdades en el desarrollo humano, una cuestión de tremenda actualidad. El Informe sobre Desarrollo Humano 2013, publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) comienza presentando una dolorosa ambigüedad:
El Índice de Desarrollo Humano (IDH) de 2012 muestra un importante progreso. En las últimas décadas, países de todo el mundo se han encaminado hacia niveles más altos de desarrollo humano. El ritmo de progreso del IDH ha sido más rápido en países ubicados en las categorías inferiores y centrales de desarrollo humano. Se trata de una buena noticia. No obstante, para progresar se necesita más que una mejora promedio del IDH. No es deseable ni sostenible que el crecimiento del IDH esté acompañado por una creciente desigualdad en los ingresos, patrones insostenibles de consumo, elevado gasto en defensa y escasa cohesión social. (Resumen, p. 2).
Es así. Para progresar, se necesita más que una mejora promedio… Como afirma la frase ingeniosa de más arriba, no solo se trata de calcular cuántos pollos nos hemos comido de media, sino de saber cómo han sido repartidos.
El propio PNUD es consciente de esta circunstancia y lleva tiempo introduciendo en sus informes algunos índices que pretenden completar la visión del desarrollo humano midiendo, precisamente, esa creciente desigualdad que es la otra cara de la moneda y que no solo ya no es una buena noticia, sino que es un hecho preocupante, alarmante y, más aún, indignante.
La visión cristiana del desarrollo humano viene corroborando esto. Ya en 1967, Pablo VI afirmaba en la encíclica Populorum Progressio (14): “El desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre”. Y, en el mensaje con motivo de la Jornada Mundial de la Paz del 1 de enero de este año, el papa Francisco escribía: “Si, por una parte, se da una reducción de la pobreza absoluta, por otra parte no podemos dejar de reconocer un grave aumento de la pobreza relativa, es decir, de las desigualdades entre personas y grupos que conviven en una determinada región o en un determinado contexto histórico-cultural”.
Está claro: una sociedad no progresa si las personas más desfavorecidas no lo hacen. En palabras de Nelson Mandela: «Una nación no debe juzgarse por cómo trata a sus ciudadanos de mejor posición, sino por cómo trata a los que tienen poco o nada». Más allá de una cuestión ideológica o religiosa, es algo de sentido común, “porque cualquier persona sensata ve cuán grave daño trae consigo la actual distribución de bienes por el enorme contraste entre unos pocos riquísimos y los innumerables necesitados”, como dijo Pío XI en 1931.
He aquí, por tanto, el eje conductor de la campaña de este año: junto al dato incuestionable de que, globalmente, están aumentando los factores que determinan el IDH, nos hemos propuesto, desde una visión cristiana del desarrollo y con la ayuda de los propios índices complementarios del PNUD, un doble objetivo:
Por una parte, ampliar nuestra visión del desarrollo humano, descubriendo su enorme riqueza y complejidad, más allá de sus dimensiones materiales.
Simultáneamente, conocer quiénes son las personas que están en último lugar en esas otras dimensiones del desarrollo humano.
Iremos descubriendo así las desigualdades en el desarrollo humano: cómo está distribuido y, especialmente, cómo afecta a los más desfavorecidos y desfavorecidas.
En los primeros días después de Ceniza se recuerdan algunos datos generales del IDH y de la población mundial para, a continuación, recorrer cinco bloques temáticos que coinciden con las cinco semanas de cuaresma: desarrollo y desigualdad, pobreza multidimensional, desigualdad de género, medio ambiente y otras dimensiones del desarrollo humano.
Cada semana comienza con el domingo correspondiente -incidiendo en la visión cristiana del desarrollo- y concluye el sábado con una mirada a la situación que estamos viviendo en nuestra propia sociedad española. Aunque la campaña invita a dirigir la mirada a los países que están en los últimos puestos del desarrollo humano, ya que estamos hablando este año de las desigualdades en el desarrollo, es inevitable mirar también lo que está pasando en España, el país de la OCDE donde más crece la desigualdad.
Una novedad importante de esta campaña respecto a la de otros años es que se ha querido orientar más a Internet, con la intención de aprovechar mejor los recursos de la red. Y otra novedad serán los breves comentarios con firma propia, que acompañan a los materiales de cada día. Algunos de estos firmantes son ya conocidos por los lectores de alandar: Arcadi Oliveres, Carlos Ballesteros, Pedro José Gómez, Belén de la Banda, Javier Vitoria, Marta Arias, Araceli Caballero, Pepa Torres, Charo Mármol, José Ignacio González Faus, Merche Mas y José Luis Palacios, entre otros y otras.
Esperamos, un año más, ayudar en nuestro recorrido cuaresmal, dirigiendo nuestra mirada y nuestro corazón a quienes peor están, quienes tienen más dificultades para llegar a tener vida y vida en plenitud (Jn 10, 10), las últimas personas de las últimas. Ellas son las preferidas de Dios y, también, nuestras preferidas. No por ser mejores ni peores que nadie, sino por estar en los últimos lugares. En la medida en que ellos y ellas mejoren, mejorará el mundo en su conjunto.
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