Vivimos momentos sociales dónde los consensos y pactos por el bien común de la ciudadanía han zozobrado. Los discursos polarizados, de confrontación, de señalamiento del discrepante, de eliminar al adversario, del belicismo, de la legitimación de la pobreza… están normalizándose. Hay actores de la sociedad que banalizan el bulo y los discursos del odio, como ingredientes indispensables para conseguir una narrativa que supone un retroceso en los derechos humanos, económicos y sociales. Los retos que se nos plantean como cristianos, en un mundo complejo, de sociedad líquida, de involución del pensamiento progresista, son mayúsculos. Puede que a veces nos falte el aire para respirar y el agua fresca para aliviar la sed, al observar el desvarío de tantas mentes incapaces de ver más allá de sus propios intereses, o salir de sus egos mezquinos que les impiden ver realidades vulneradas. Vivimos en una sociedad que ha reducido el campo de desarrollo personal al mundo de la productividad. El trabajo absorbe, como un enorme agujero negro, todo aquello que cae en su campo gravitatorio: la amistad, la salud, la familia, el reposo, la risa, la lectura las bromas… Nos impelen a ser profesionales excelentes en lugar de ciudadanía cooperativa y solidaria, preocupada por el próximo.
En Alandar creemos que hay que rescatar los valores como justicia y la equidad, que fomentan la redistribución de la riqueza y apuntalan la cohesión social. Debemos afrontar el momento y no desfallecer en el intento de juntar voces, manos y acciones para depositar nuestros granos de arena en la playa de la esperanza, porque un mundo mejor debe ser nuestro imperativo ético. Destacamos en la revista artículos en esa dirección, el de la justicia fiscal, reivindicando que paguen los que más tienen y denunciando el individualismo y la demagogia del «saqueo de los impuestos». No al escaqueo que permita el desmantelamiento de la educación, la sanidad, las pensiones o la dependencia. Seamos críticos exigiendo que el dinero público vaya a políticas sociales que protejan a los excluidos y no alimenten el negocio de la guerra. La objeción fiscal es una opción legítima, legal y moral.Nuestra democracia exige recuperar valores, con fuerte raíz cristiana. Reivindicar nuestras acciones de vida para que redunden en el proyecto colectivo, en contribuir a la comunidad, a las comunidades a las que pertenecemos (vecindario, puesto de trabajo, barrio). Apostemos por la res publica.
No debería ser tan difícil tratar de mejorar en algo la vida de los otros, mediar, tender puentes o apaciguar (una versión actual de «poner la otra mejilla»).