Tiempo de gritos y susurros

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Llevamos ya un tiempo preguntándonos en alandar dónde está la voz de los obispos. Nos llegan cada día en prensa, radio, televisión o redes historias de dolor y no sabemos si les conmueven.

Desahucios, miseria en nuestras ciudades, maltrato a inmigrantes en la valla… Hay quien piensa que los obispos escriben en los medios internos de las diócesis. Si es así, ¿escriben sobre estas cosas que nos tienen la piel en carne viva o escriben sobre la administración eclesial? Lo cierto es que rara vez nos llega su voz.

También llevamos tiempo dando vueltas en alandar al tratamiento que dan los medios a las noticias de la Iglesia. Lo cierto es que se relacionan con ella como si fuera una administración y lo que más les suele interesar son sus escándalos. Se relacionan de poder a poder.

Como Iglesia no podemos hacer mucho sobre este segundo aspecto, sí como ciudadanos y ciudadanas, exigiendo en este y tantos otros temas un mayor rigor, un pulso más intenso a la realidad. En cambio, como Iglesia, sobre el primer punto sí podemos alzar nuestra reflexión. No pedimos escuchar la voz de los obispos como pide un bebé escuchar a su papá. No buscamos gurús, somos un pueblo de mujeres y hombres libres en el que algunos han sido llamados a ser pastores, lo que significa cuidar de manera especial a las personas más vulnerables.

Debería ser tiempo de denuncia y anuncio. Sin embargo, causan perplejidad noticias como la de que Antonio María Rouco va a trasladarse a vivir a un piso de trescientos y pico metros cuadrados. Una noticia que contrasta, al menos, con la reciente visita de Carlos Osoro al poblado chabolista de El Gallinero en Madrid.

Si la voz de los pastores se alzara más fuerte y más crítica con tanto desmán, las personas débiles estarían más protegidas, se desenmascararía antes a los ladrones y quienes luchan para que las historias de cada día vayan recuperando color sentirían que se les acompaña y reafirma en su trabajo.

En este tiempo y siempre, en alandar echamos de menos que desde la Iglesia se lancen “gritos y susurros”, como en la película de Ingmar Bergman. Por favor, algunos gritos y algunos susurros, señores obispos, contra las flagrantes injusticias que vivimos.

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