En unas semanas se celebrarán las elecciones municipales y, en la mayor parte de España, también autonómicas. Estos comicios se celebran en plena crisis económica y, aunque tienen un carácter local, tendrán sin duda una transcendencia nacional y corren el riesgo de ser instrumentalizados. En esta coyuntura hay voces para todos los gustos. También las de los obispos que, especialmente en Madrid, se han pronunciado con una nota en la que señalan “algunos principios básicos que deben ser tenidos en cuenta a la hora de ejercer libre y responsablemente el derecho y el deber de votar”.
Es difícil encontrar, entre los partidos mayoritarios, alguno que cumpla los principios expuestos por los obispos madrileños. Se trata de recomendaciones orientadas, fundamentalmente, a temas de familia, aborto, eutanasia, laicidad, uso de signos religiosos, matrimonio… Solo en el último punto se desmarcan de esos pilares básicos de su agenda y hablan de la necesidad de “promover un orden económico justo, que facilite el ejercicio de un trabajo justamente remunerado y que prevea mecanismos de atención especial para las personas a quienes más afecta la crisis económica y laboral, así como para aquellos que se encuentren en situación de marginación o de especial necesidad: inmigrantes, enfermos, ancianos, dependientes”. Al menos en un punto los obispos dan en la clave que debe guiarnos para estas elecciones, más allá de enfrentamientos políticos: las personas necesitadas, los empobrecidos, quienes peor lo pasan en esta crisis.
Porque el 22 de mayo estamos llamados a las urnas, pero lo importante es el acceso a la democracia en el día a día, más allá de la jornada electoral. Por mucho que estemos en el siglo XXI, en nuestra España sigue habiendo personas que están excluidas de la democracia cotidiana, privadas de derechos, con difícil acceso a la justicia y los servicios sociales más básicos. Inmigrantes sin papeles, desahuciados, personas con paro de larga duración, mujeres explotadas sexualmente, minorías étnicas como los gitanos. Gentes que ven negado su derecho a ganarse la vida dignamente, a tener un techo bajo el que dormir, a participar de la actividad social pública en libertad.
En una sociedad que acepta que haya candidatos imputados por delitos de corrupción, que se presentan tranquilamente a las elecciones. En una sociedad que asume el bipartidismo como su sino, abocada al “voto útil” y ajena a otras alternativas como el partido Por un Mundo más Justo (M+J), promovido por personas comprometidas en la cooperación al desarrollo y contra la exclusión social. En esa sociedad es difícil salir del círculo y ver más allá. Algunos –como el colectivo que impulsa la campaña No les votes– lo están intentando, sobre todo a través de Internet y las redes sociales. Su mensaje para el electorado es claro: “No te pedimos el voto para ningún partido concreto, ni que votes en blanco, ni que te abstengas, sino que te informes para comprobar que existen alternativas”. Nos toca ir a las urnas de nuevo, salgamos del círculo y veamos más allá.
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