El pasado 8 de noviembre asistimos a uno más de esos desastres naturales ante los cuales parece que debiéramos sentirnos impotentes. “La fuerza de la naturaleza”, dicen, haciendo parecer que son inevitables tifones como el Haiyan que, a su paso por Filipinas, dejó más de cinco mil personas muertas y cientos de miles de heridas, seres humanos que lo han perdido todo.
Mientras que la lluvia fina genera vida, crea fertilidad y evita sequías, los ciclones y tormentas tropicales arrasan y generan dolor. Pero sus consecuencias no son inevitables ni podemos quedarnos inermes ante ellos. Puede evitarse que afecten siempre a las personas más pobres: fortaleciendo infraestructuras y luchando contra la precariedad de las condiciones en las que habitaban las víctimas antes de que ocurra la destrucción. Haciendo previsión de quiénes pueden ser las víctimas del próximo desastre.
Sin embargo, no hay voluntad política de generar esa lluvia suave, que cae poco a poco a lo largo del año. Y se recorta la cooperación al desarrollo mientras que se anuncia a bombo y platillo la ayuda de emergencia que se envía a Filipinas. Triste coincidencia la celebración del 25º aniversario de la Agencia Española de Cooperación al Desarrollo (AECID) con la tragedia en Filipinas, casualidad que ha permitido al Gobierno “colgarse la medalla” de esa ayuda puntual, mientras que ha recortado y transformado la ayuda estable de forma vergonzosa.
Puede también reducirse la devastación luchando contra las causas del cambio climático, que agravan estos fenómenos climatológicos. Pero, una vez más, la Cumbre del Cambio Climático, celebrada a finales de noviembre en Polonia, terminó de forma decepcionante, sin compromisos y con un plante de las ONG, atónitas ante lo que estaban viendo.
Frente a todas estas paradojas, defendemos la lluvia fina, la lluvia fértil de los programas continuados de ayuda, de los acuerdos internacionales y también de los compromisos personales permanentes en forma de voluntariado o de donaciones regulares, no movidas por la tragedia mediática. “Tiene que llover”, como decía la canción, pero de otra manera.