Perplejidad. Ese es el sentimiento que parece surgir en muchas personas ante el funcionamiento de la justicia en España en los últimos meses. Esa sensación de no creerse lo que está pasando, de que parezca inaudito lo que cuentan en los telediarios, de pensar que ya lo hemos visto todo pero que, al día siguiente, un nuevo caso de corrupción, impunidad o tráfico de influencias salte ante nuestros ojos.
En estas semanas hemos visto cómo se indulta a un conductor kamikaze que provocó un grave accidente de tráfico en Valencia y que se llevó por delante la vida de un joven. Hemos sabido del paso fugaz por la cárcel de Ángel Carromero, cuya negligencia al volante causó dos muertos en Cuba, pero que aquí volverá pronto a ocupar un cargo público. Hemos leído en la prensa cómo se indulta a cuatro Mossos d’Esquadra condenados por torturar brutalmente a un ciudadano rumano detenido por error en Barcelona. Hemos asistido con perplejidad a la absolución de personajes como Francisco Camps y Ricardo Costa.
Y, sin embargo, vemos cómo los delitos más pequeños se llevan, en proporción, las condenas más elevadas. Una madre que utilizó una tarjeta de crédito encontrada en la calle para comprar comida para sus hijas, pero que tendrá que cumplir condena por aquellos 190 euros que gastó. Un toxicómano rehabilitado que sigue en prisión porque le encontraron una cantidad irrisoria de droga hace casi una década. Activistas y manifestantes del 15M que reciben multas desproporcionadas o que, incluso, han tenido que pasar varias semanas privados de libertad, como en el caso de Alfonso Fernández, “Alfon”.
Suma y sigue. Porque en España parece que se cumple cada vez más aquello de que “la justicia es como las víboras, solo muerde los pies descalzos”. Devora a dentelladas a las personas más débiles, a quienes tienen menos recursos para defenderse, a quienes –en proporción– menor daño causan a la sociedad con sus acciones, aunque éstas sean consideradas delictivas por el Código Penal.
Y, mientras, quienes causan mayores daños siguen en libertad. Y nos invade la certeza de que también serán absueltos los Bárcenas, Urdangarines… e incluso los responsables de una tragedia tan absurda y evitable como la del Madrid Arena.
Ante todo esto, ¿qué nos queda? Denunciar estos agravios, quejarnos, exigir indultos justos y cumplimiento de penas, ponernos del lado de las personas débiles… En una palabra, nos queda seguir buscando el Reino de Dios y su justicia que, claramente, es muy distinta a la justicia que rige este país.