El 8 de marzo se celebra el Día internacional de la mujer trabajadora. Es curioso cómo, cuando entras a buscar datos sobre este tema, te puedes encontrar con cosas como ésta: «El índice de empleo entre las mujeres va en aumento (de 53.6% en al año 2000 a un 58.3% en el 2007, Eurostat).
Es de suponer que en este porcentaje no están incluidas todas las mujeres que no han hecho otra cosa que trabajar desde que tuvieron fuerza y conocimiento para hacerlo. La prestigiosa socióloga Mª Ángeles Durán, afirma que «el trabajo de las mujeres en el hogar no está retribuido ni contabilizado ni reconocido socialmente«. A las mujeres en función del sexo se les ha adjudicado desde tiempos históricos las labores del hogar. Sólo un mínimo número de hombres participan y contribuyen a estas labores. Muchas mujeres quedan así desprotegidas, sin seguridad social que las ampare, aunque se hayan pasado toda su vida trabajando para los demás. Y además son ninguneadas y no figuran en las estadísticas como trabajadoras.
La misma fuente antes citada, añade: Sin embargo, la calidad del trabajo debe ser también un foco de preocupación. De media, las mujeres siguen ganando un 15% menos que los hombres y, además, no están suficientemente representadas en los puestos directivos. Es decir, no tienen poder ni capacidad de decisión. Es preocupante el tiempo que llevamos luchando por la participación de la mujer en la sociedad en pie de igualdad y, aunque algunas cosas se han conseguido, queda mucho por alcanzar, sobre todo cuando lo que se quiere no es un puesto en la sociedad patriarcal, repitiendo sus esquemas y valores sino conseguir una sociedad con un rostro más humano donde no sean los esquemas de la competitividad, la acumulación y la agresión los que primen y gobiernen en el mundo.
El 19 de este mismo mes es el día del Seminario. Les invito a que hagan la lectura anterior desde el punto de vista de la Iglesia. Los datos son aún peores. Las mujeres son las que más trabajan (vayan sino a las parroquias) y las que menos deciden. Deciden los varones que gobiernan desde siglos nuestra Iglesia patriarcal y misógina y, para confirmar esta afirmación, vean con detenimiento el papel que dejan a la mujer en esta Iglesia que Jesús quiso de iguales.
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