Todos los días escuchamos estadísticas en las noticias, las leemos en los diarios. Pero, muy a menudo, olvidamos que detrás de esos números se encuentran vidas, historias, personas. Nos detenemos en el análisis macro de las tendencias y las valoraciones, pero obviamos el análisis micro, los relatos vitales.
El Instituto Nacional de Estadística publicó hace unos días uno de esos conjuntos de cifras que se convierten en pasto para las tertulias: las cantidades de población en España y su evolución en 2013. Por primera vez desciende el número de personas que vivimos en este país y ese descenso lo protagonizan especialmente hombres y mujeres inmigrantes. Un total de 545.980 se han ido en el último año.
Aquellas personas que en los años de bonanza nos ayudaron al crecimiento económico: poniendo ladrillos, recogiendo nuestras cosechas, cuidando a nuestros mayores y a nuestros menores. Aquellos seres humanos que lo dejaron todo para buscar un futuro mejor, para enviar dinero a sus familias, para contribuir al desarrollo de sus países… se están yendo. Aquí dejan sueños, proyectos, amistades, pero también hipotecas impagables, inversiones que no podrán recuperar, horas y horas de trabajo mal pagado.
La economía más utilitarista y deshumanizada ya no los necesita, como tampoco necesita a los cientos y cientos de personas subsaharianas que se juegan la vida saltando la valla o cruzando el estrecho. Hay crisis, ya no se las necesita, por lo que se las rechaza y se las expulsa.
Y con ellos y ellas se va la oportunidad perdida de enriquecer nuestra cultura, de construir una España más diversa, más poliédrica y más inclusiva. Se nos escapa de las manos una pieza clave para seguir avanzando hacia la modernidad y, por el contrario, seguimos dando pasos hacia la involución cultural.
Más adelante, claro, cuando vuelva la bonanza o cuando las pensiones de una población envejecida no se puedan pagar, los poderes juzgarán muy conveniente abrirnos de nuevo. Y regresarán, como escribió Pablo Neruda en su poema Migración: “Crueldad contra crueldad la propia luz y a contraviento y contramar, la vida”.
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