Vivimos tiempos eclesialmente interesantes, eso nadie lo duda. Los vientos de esperanza que han venido con el papa Francisco ocupan un lugar central en el tema de portada de este número de alandar. Se hacía imprescindible hablar de ello.
Pero, para no caer en personalismos ni en expectativas sobredimensionadas, tenemos que centrar el foco. Para no darle excesiva importancia a las estructuras ni a las formas es necesario mantener la conciencia de dónde está lo verdaderamente importante. O, mejor dicho, las personas verdaderamente importantes.
Quienes sufren, estén donde estén, sean de la religión que sean. Las personas empobrecidas, porque alguien provocó que sean pobres. Las mujeres víctimas de la violencia machista y del silencio de la sociedad. Los niños y niñas a quienes se obliga a trabajar, se explota sexualmente o sufren abusos. Las personas que sufren el paro de larga duración –aunque haya quienes ya anuncien a bombo y platillo que la crisis ha pasado. Esas personas que, en nuestros barrios, alimentan a sus familias con menos de 400 euros al mes. Euros con los que ya no pueden dar de comer a sus hijos e hijas tres veces al día. Está claro: estas personas son mucho más importantes que Francisco.
Desde alandar afirmamos con rotundidad aquello que decía Elías Alcalde en uno de nuestros folletos: Los pobres nos pertenecen. Muy al contrario de cómo se desentendió recientemente el obispo Martínez Camino, al responder que para la pobreza “ya está Cáritas”, cuando fue preguntado en una entrevista sobre la falta de voz de la Iglesia jerárquica ante los recortes y la crisis.
Por eso, la pregunta teológica, humana, metafísica y, desde luego, evangélicamente relevante no es: ¿qué va a pasar con la Iglesia? Lejos de eso, tomando un título de Gustavo Gutiérrez, la gran cuestión es: ¿dónde dormirán los pobres?
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