Casa común

Cuando, en el consejo de redacción de alandar, surgió la idea de tratar como tema de portada la inmigración –las personas que se juegan la vida por venir a nuestro país a buscar una vida mejor y las personas que se juegan la vida por ayudarles–, muy rápido pasó de ser solo un tema para tres páginas de la revista a ocupar, de manera transversal, prácticamente todas las secciones de alandar este mes.

La crisis nos afecta a todos y todas en alguna medida, pero tiene efectos mucho más graves en estas personas que han emprendido una migración, que han cambiado radicalmente los esquemas de su vida para luchar por un futuro más digno, tanto para ellas mismas como para sus familias.

Llegaron a nuestras costas o a nuestros aeropuertos huyendo del hambre y de las escasas posibilidades de vida en sus países de origen, en algunos casos huyendo del fantasma de la violencia o dejando a sus familias en campos de refugiados. Ahora, con la crisis, están perdiendo sus trabajos, están sufriendo mayor explotación, están teniendo que emprender el camino de regreso o se ven en una situación sin salida al no poder regresar ni tener medios para seguir viviendo aquí.

Sin embargo, las personas migrantes ya no son un rostro que veamos tanto en los medios. La recesión aumenta nuestro egocentrismo –nuestro egoísmo quizá– y sale ese impulso primario de “primero los de aquí”. No nos damos cuenta de que “los de aquí” son también ellos y ellas: personas que llevan aquí cinco, diez, veinte años. Personas que tienen la nacionalidad española o que no la han podido conseguir por problemas burocráticos pero que reúnen los requisitos para ello. Personas que han montado negocios, que han asumido el cuidado de nuestros mayores y nuestros pequeños, que están cotizando en nuestra Seguridad Social. Personas que, cuando se les pregunta de dónde son podrían responder aquello que decía la madre de Joan Manuel Serrat: “Yo soy de donde comen mis hijos”.

Habitantes del mundo como casa compartida, lo que sucede en un lugar afecta al otro extremo del planeta. Lo que enfrentan ellos y ellas tiene consecuencias directas sobre nuestras vidas, aunque el poder quiera hacernos ver lo contrario. No podemos buscar la solución a la crisis sin tener en cuenta la realidad de estas personas, que en su día emprendieron la aventura migratoria y que ahora son parte de nuestra sociedad, de pleno derecho.

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