Siempre me pasa igual. Llega el momento de entregar esta columna y yo sigo sin decidir sobre qué tema escribir. Lo sé, hay montones de temas por los que indignarse y opinar, pero me cuesta sentirme lo suficientemente segura como para atreverme a plasmar mis ideas en el papel. En un principio, pensaba centrarme en el drama de Costa de Marfil, donde un millón de personas se han visto obligadas a huir debido al conflicto bélico desatado entre un presidente que se resiste a abandonar el poder y otro que clama por ocuparlo en base a los resultados oficiales de las elecciones del pasado mes de noviembre. Ya es habitual que Africa al sur del Sahara quede lejos de nuestro mapa de interés, pero en este caso no había competencia posible por el espacio informativo con dos acontecimientos como el tsunami de Japón y la operación internacional en Libia. Sin embargo, si bien el problema está lejos de resolverse, lo cierto es que por fin el mundo parece haberse dado cuenta de la existencia de este país y su drama, y el mismo día en que me siento a escribir leo un editorial rotundo al respecto en una revista femenina. Bien.
En estas andaba cuando me tocó asistir en representación de UNICEF al IV Congreso nacional de Lactancia Materna. No es que me sorprendiera, pero estamos tan poco acostumbrados a integrar a los niños en nuestra vida “oficial” que no dejaba de impresionarme la escena de un palacio de congresos con guardería, el plenario salpicado de mamás y papás (especialmente tierna la imagen de los papás) cargando a sus bebés en mochilas y foulards, algunas mamás amamantando, todo ello mientras las ponencias se desarrollaban con total normalidad. ¿Que un bebé se ponía a llorar? La mamá o el papá salían con él discretamente y regresaban cuando estaba calmado, o lo dejaban un rato en la guardería.
En un momento en el que empiezan a surgir los vuelos libres de niños y parece difícil salir a comer a un restaurante sin sentirse culpable por traer hijos al mundo, resulta sin duda un soplo de aire fresco contemplar esta escena. Y no sólo por las imágenes, sino también por los contenidos. Especialistas que hablan de la importancia del contacto piel con piel de las mamás con sus bebés inmediatamente después del parto (¡y durante al menos una hora!), la necesidad de apoyar a las madres para que puedan mantener la lactancia en situaciones difíciles (incluso con los bebés ingresados en cuidados intensivos) y, sobre todo, la trascendencia de la calidad y la calidez en el trato de los profesionales a los recién nacidos y sus familiares. Parece sencillo, pero se trata de un proceso de transformación complicado, porque la dinámica instaurada ha ido olvidando progresivamente algunos de estos principios básicos a favor de las intervenciones médicas protocolizadas, la comodidad de los servicios médicos y, sobre todo, el beneficio de la gran industria.
Este es sin duda uno de los aspectos más complicados del proceso. Para llegar a ser reconocido como un centro IHAN (siglas que correspondían originalmente a la Iniciativa de Hospitales Amigos de los Niños, terminología que cada vez se usa menos por distintos motivos que sería largo explicar aquí), hospitales y centros de salud deben cumplir el código de la OMS de comercialización de sucedáneos de la leche materna. Ello implica, entre otras cosas, que no puede proporcionarse a las madres muestras gratuitas de leche artificial (seguro que a las lectoras mamás les suena…), que el centro médico no puede aceptar regalos de las firmas comercializadoras y que incluso, ¡oh, osadía!, deberá pagar la leche artificial de la que necesite disponer para ofrecer a las madres que lo deseen o necesiten. ¿Cómo? ¿Hay que procedimentar que el hospital deba pagar por sus suministros? Pues aparentemente sí, puesto que a las empresas parece salirles suficientemente rentable regalar la leche a los hospitales, que ya la comprarán bien cara las madres después.
Como digo, no es un proceso sencillo pero, afortunadamente, cada vez hay más profesionales suficientemente locos y suficientemente comprometidos como para meterse en esta guerra. Ya son 16 los hospitales reconocidos en toda España -alguno tan emblemático como el madrileño 12 de Octubre- y, seguramente, poco a poco se irán sumando más. Por si acaso, lo aclaro: no se trata de imponer la lactancia, sino de informar y acompañar a las madres -decidan lo que decidan- y hacerlo de una manera cálida y humana. No parece tanto pedir.