Tierra

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La tierra y sus recursos naturales son indispensables para el desarrollo de la vida. En las sociedades más urbanizadas esto parece olvidado y apenas relacionamos los alimentos que consumimos, las personas que los producen y las vidas que viven quienes los hacen.
Nos encontramos en una era de gran tecnificación de la producción de alimentos: enormes extensiones, uso de variedades vegetales de alto rendimiento creadas por el hombre, cultivos extensivos. Además, intuitivamente, es natural pensar que, produciendo de esa manera, tendremos más alimentos y, por tanto, el hambre estará más cerca de terminarse, aunque a veces cueste creer que aún existe, incluso en una España en crisis.

Pero cuando miramos de cerca quiénes son las personas que más sufren la pobreza y el hambre en el planeta rápidamente vemos que son poblaciones campesinas, que son sobre todo mujeres. Y que carecen de los recursos naturales mínimos para una buena producción: tierra fértil, maquinaria sencilla, acceso permanente y seguro al agua para el riego. Superar esa situación nada tiene que ver con que haya grandes extensiones de tierra destinadas a cultivos intensivos. Está relacionado con la justicia en el acceso a la tierra, al agua y a medios de producción.

Pero, de entre todas las grandes carencias a las que se enfrentan los más de 900 millones de personas que pasan hambre cada día, siendo en su mayoría campesinos, la tierra es, probablemente, la principal.
La propiedad de la tierra continúa siendo comunitaria para muchas culturas y no existe una cultura de registro, lo que hace que las personas sean fácilmente expulsadas por la fuerza o por la ley, tanto da. Con alianzas vergonzantes entre compañías nacionales o internacionales y gobiernos nacionales o locales.

Un pequeño valle de Guatemala, el valle de Polochic, se convirtió hace dos años en un caso simbólico: cerca de mil familias, con la legitimidad de generaciones viviendo en un fértil valle, se vieron expulsadas por la fuerza para que se instalase una compañía que había adquirido legalmente unas tierras que nunca se habían registrado. Se ignoró así la vida y la historia de una población de origen maya que ha sufrido todas las exclusiones posibles durante generaciones.

Se usó la violencia y, en el transcurso de estos dos años, las familias, las organizaciones campesinas y organizaciones solidarias han presionado al Gobierno para que haga justicia. La presión internacional parece cerca de provocar una solución, que debería demostrar que la más ancestral de las injusticias, la lucha por la tierra, también puede combatirse y los más débiles pueden ganar batallas cuando hay una denuncia, la fuerza de la resistencia y el apoyo a su causa.

La tenencia de la tierra es el primer paso para que millones de campesinos pobres puedan mejorar su situación. Especialmente importante es que ese acceso sea para las mujeres: hoy tan solo el 10% de las mujeres son propietarias de tierra.

La posibilidad de acceder a la tierra, al agua y a los medios de producción para las poblaciones campesinas y, en especial, el acceso y el apoyo público a las mujeres campesinas en el acceso a la tierra son fundamentales para cambiar la realidad de las personas más pobres del planeta. Podemos hablar con mayúsculas de justicia alimentaria. Un tipo de justicia fundamental para cambiar el destino de la humanidad.

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