Voy a escribir sobre algo muy poco habitual, creo que inexplorado en este asteroide desde el que Marta y yo observamos la realidad. Cuando escribo esta columna, el día anterior se jugó la final de la Copa del Rey de fútbol y creo que hay unas cuantas lecciones útiles que sirven para las luchas sociales que vemos a lo largo y ancho del mundo. Pido disculpas de antemano a quien le parezca frívolo el establecer estas conexiones, pero realmente creo que hay tanto que aprender en todas partes…
El equipo que ganó la copa, el Atlético de Madrid, es “el débil”, el que cuenta con menos recursos y se sentía futbolísticamente inferior a su rival, el Real Madrid, el club más rico del mundo (al menos si medimos la riqueza en dinero) y del que, por cierto, soy seguidor desde niño.
En los días previos a la final, el Atlético, con su líder natural al frente, expresó sin complejos su inferioridad. No era una mera táctica, era un ejercicio radical de realismo y humildad. Usó una comunicación franca y clara para que el equipo supiese el tamaño de la montaña que pretendía escalar, tras catorce años sin ganar a su rival. Además produjeron algunos anuncios para Internet –sencillos, baratos de producción, pero fuertes en su mensaje– subrayando el espíritu resistente, contestatario, sufridor de “ser del Atleti”. Por supuesto, las televisiones los reprodujeron gratuitamente y se ganaron así la simpatía del público con muy bajo coste.
Ganaron de entrada la batalla de la opinión pública y la de la comunicación con honestidad, transparencia y apelando a valores de resistencia, de épica. Además, en torno al equipo se creó una sensación de unidad, de perseguir juntos una causa imposible: vencer al eterno rival, muy superior y mucho más rico.
Mientras, en el otro lado, el presidente, el entrenador y los jugadores escenificaron su desunión, no atinaron a pronunciar una sola frase motivadora, dejándonos a sus seguidores con el mero argumento del deseo, casi la obligación (con lo que implica de soberbia, frente a la humildad atlética) de ganar para esquivar el fracaso.
Así que se enfrentaron épica, unidad y sueño por una causa imposible, frente a soberbia, obligación de ganar tan solo para evitar el fracaso y desunión.
La historia, lo reconozco, tuvo final feliz, mal que me pese como madridista. Por supuesto jugaron la suerte, el acierto, la concentración… y todos esos elementos que explican que un juego maravilloso como el fútbol atraiga a niños, adultos y ancianos en cualquier rincón del mundo. Aunque en su élite sea un espectáculo éticamente de última, con millonarios jóvenes, dirigentes con poca ética, muchos intereses y, en general, limitada cultura y profunda megalomanía, ojeadores que contratan y desechan niños de 10 o 12 años (solo vemos a los que triunfan de mayores)… En fin, poco edificante.
Desde el lado de la lucha y la justicia social, las causas de las personas más pobres y vulnerables, los derechos humanos, el desarrollo, el derecho a una vivienda digna, la lucha contra la impunidad, por unas finanzas éticas, por la justicia de género… la lección que podemos sacar es que tenemos que exprimir al máximo nuestras ventajas, la creatividad, el talento que tenemos. Debemos usar los canales de quienes ignoran o presionan en sentido contrario con astucia a pesar de nuestra enorme desventaja… y estar muy unidos, no dudar de nuestras causas ni desconfiar de compañeros de viaje y aliados que tal vez sean un poco diferentes pero luchan por causas y desde valores semejantes.
Pensando en todo esto recuerdo aquellos primeros foros sociales mundiales en Portoalegre después del año 2000 y pienso que nos hemos dejado en el camino algo que debemos recuperar. Y pronto. La crisis en esto puede ser nuestra aliada para acercar las diferentes luchas y causas sociales que tanto merecen la pena. Aprovechémosla.
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