La vieja idea de robar a los ricos para repartir el dinero entre los pobres se ha actualizado con una mirada mucho más civilizada y civilizadora. Sin perder el componente justiciero de ese ladrón honrado de los bosques de Sherwood, en Inglaterra, rescatar dinero para los más pobres de una jungla sin reglas y donde los poderosos campaban a sus anchas, es una idea que está muy presente en uno de los temas que se debaten actualmente en la política internacional.
Se trata de la vieja Tasa Tobin (¿o deberíamos decir tasa Robin?) que, en una versión actualizada y adaptada a los tiempos, hoy ha pasado a ser considerada una opción posible en el tiempo actual.
Conviene tener muy presente que, como dijo hace unos meses ese gran economista, entrañable profesor y amigo recientemente fallecido, Luis de Sebastián, hace años que se ha perdido el sentido de algo que era esencial en la concepción de la vieja economía: la función social del crédito. Resumiendo su argumento, en el pasado los bancos cumplían una función en la economía: recogían el ahorro de los que tenían dinero sobrante y servían de canal para aquellos que lo necesitaban para poner en marcha compras o actividades económicas. Es cierto que los bancos no han cultivado el espíritu de Robin Hood, pero sí permitían que el ahorro de algunos entrase al circuito de la economía a través del crédito.
Pero desde que se desarrollaron instrumentos sofisticados de inversión, esa función social ha pasado a un segundo plano y los mismos bancos o los llamados mercados financieros, se han convertido en un fin en sí mismos y no en medio, en un lubricante de la actividad económica. Se persiguen beneficios de corto plazo sin generar con el movimiento de dinero mayor actividad económica ni, por tanto, nuevo empleo o riqueza que llega a la sociedad en su conjunto. Además, generan beneficios para los “pocos” que operan bajo esos mecanismos con grandes montos, pero esa obtención de beneficios da lugar a lo que los economistas llaman “externalidades negativas”, es decir, consecuencias negativas para la mayoría.
Pero tal cosa ocurre en una total impunidad, pues desde los ochenta, para facilitar ese movimiento de capitales se eliminaron los controles de capitales –en una doctrina trasladada al mundo en desarrollo por el FMI- y como esos movimientos no estaban sujetos al pago de impuestos, no generaban recursos para siquiera compensar los daños producidos –crisis financieras previas en México, Brasil, Argentina, Rusia, Tuquía…
Esta Tasa Tobin, al estilo Robin Hood, pretende irrumpir en esos mercados y obtener una suma muy pequeña –tal vez el forajido británico no estaría demasiado feliz- del dinero que se mueve y que se destinaría a aumentar la ayuda al desarrollo. Es sencillo, una tasa muy baja, del 0,05%, que para quien mueve mil euros, por ejemplo, supondría pagar 50 céntimos…pero para quien mueve mil euros veinte veces en transacciones de muy corto plazo supone pagar 10 euros, y si los mueve cien veces, 50 euros. Ese es el truco, un impuesto imperceptible para quienes invierten y actúan con visión de medio plazo pero que sea más fuerte para quienes se lucran del movimiento del dinero por sí mismo.
Claro está que quienes se beneficiaron de esa desregulación dicen que no es justo que se pague tal impuesto. Pero es urgente que esta medida se ponga en pie para que los perdedores de las crisis reciban una justa compensación y para poner nuevas reglas y emitir señales que hagan creíbles los mensajes que los presidentes Obama o Lula, por poner un ejemplo, lanzaron al mundo reclamando una “economía real frente a la economía especulativa”. Impuestos a las transacciones financieras y lucha contra la evasión fiscal –que también es de los ricos, que mueven dinero entre países, contra los pobres, pues un billón de dólares en impuestos no pagados se pierden cada año- son la nueva cara de Robin Hood en el siglo XXI.
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