Son dos pequeños países predominantemente rurales que viven –o siempre han vivido- tiempos difíciles.
Honduras fue un país que vivió con tranquilidad la dominación y la influencia norteamericana desde los años sesenta hasta casi el presente. Vivió sucesivos golpes militares y ha sido gobernado por partidos de derechas con matices entre sí. En sus últimas elecciones generales ganó un empresario que representaba al ala izquierda del partido liberal; en 2008 se acercó a la esfera de influencia del presidente de Venezuela y eso provocó un gran nerviosismo. De modo que se aliaron el Congreso, la Corte Constitucional y el Ejército para apartarle del mando cuando inició un proceso de consulta sobre la posibilidad de la reelección. Y lo hicieron al viejo estilo: secuestro a punta de pistola y “exilio” forzado. Quedó como presidente Micheletti, de su mismo partido y ahora enemigo feroz, que perdió con Zelaya las primarias previas a las anteriores elecciones generales. Y que después fue su aliado en las primarias de 2008 para respaldar juntos a un candidato que perdió. Mucho más juego de poder se intuye en esta jugada que un castigo excesivo por acercarse a Chávez. Pero lo cierto es que en contra de la opinión pública mundial todos los poderes del estado vieron lícito apartar en contra de la ley y de los principios esenciales de la democracia al presidente.
Nicaragua, más pobre aún, vive su propio calvario político. Al contrario que Honduras, cuenta con una historia heroica de resistencia contra la dictadura y la influencia norteamericana con la revolución sandinista (79-90): la educación pasó al primer plano, se repartieron las tierras… Dos décadas después, quienes lideraron la revolución sandinista ocupan de nuevo el poder, pero quienes representan el espíritu limpio y visionario de aquel proceso ya no les acompañan. En los 2000 se consumó un gran acuerdo entre el partido liberal (derecha) y el frente sandinista (izquierda) que permitiera a ambos mantener capturadas las instituciones, adaptando el régimen electoral o el sistema de nombramiento de los jueces.
En 2007 llega al Gobierno el Frente e inicia un cuidadoso –y surrealista en sus formas- proceso para ampliar las bases de su poder y se desdibuja la línea que separa al partido y al estado. En lugar de fortalecer la independencia de las instituciones y su buen funcionamiento, éstas se vuelcan en un uso partidario reforzando el clientelismo existente. El momento más complicado llega cuando no se cumple la expectativa electoral y desde el Gobierno se organiza un masivo fraude electoral, para que se definan a su favor las principales alcaldías, Managua incluida. Personajes históricos de la revolución y la lucha social en el país, como los hermanos Fernando y Ernesto Cardenal son hostigados por el régimen al denunciar una situación insostenible.
Pero, al margen de la política, la crisis afecta a la vida de la gente. Han despedido al 30% de las trabajadoras por el cierre de muchas fábricas en las maquilas -fábricas de ensamblaje instaladas en Zonas Francas en las que no se pagan impuestos. Aunque esas fábricas pagan salarios miserables -100$ al mes- por un trabajo extenuante parecido al de los «Tiempos Modernos» de Chaplin, da a mucha gente para comer -literalmente- y pagar lo básico. Las despedidas cuentan que en sus casas ya sólo se come dos veces al día; no se le pone nada al lado del gallopinto -arroz y judías rojas- y la leche no existe para los niños. Otras se han visto forzadas a sacar a los hijos del colegio porque no pueden vestirles ni pagarles la comida o los zapatos.
Y hablando de impuestos, la clave para repartir la riqueza, el Gobierno ha alcanzado un acuerdo público con la Cámara de empresarios para paralizar una reforma tributaria. Las grandes familias y negocios se siguen evadiendo de su labor en la construcción de un país mejor. Y, claro, el país de la gente sencilla vive de espaldas a todo este juego político, no espera nada de nadie y sigue luchando para sobrevivir, sonriendo, con tanta vida, cuando habla de sus problemas o relata sus carencias.
Se sienten lejos los vientos de cambio que la región necesita, y tanto Honduras como Nicaragua, hoy, no parecen adentrarse en la senda de la democracia, la justicia social y las oportunidades