Hace un par de años asistí a un debate nacional en Ecuador en torno a si era cierta o no una afirmación: “nadie es imprescindible”. Ese debate se daba a propósito de la dimisión de un líder político con alta popularidad pero con diferencias sustanciales con el presidente de la República por una comprensión “demasiado abierta y participativa” de la democracia.
Me pareció un debate infinito, difícil de resolver. Algunos decían que al fin y al cabo todo hueco se rellena y la vida continúa, de modo que por más que alguien pueda representar un papel especial, en el fondo la rueda sigue girando, la vida continúa. Otros pensaban que, en el fondo, aquellas personas con un carisma especial capaces de contagiar optimismo, visión de futuro, o con un trabajo particularmente efectivo aunque poco visible, son sencillamente imprescindibles.
Posiblemente la mezcla de ambas nos dé la clave: cambian las personas y la máquina sigue funcionando, pero siempre es diferente, conlleva cambios que sólo se pueden llegar a calibrar con el paso del tiempo.
Conozco a Charo Mármol, la imprescindible directora de alandar en los últimos años, desde hace más de una década, cuando ponía en marcha campañas -atrevidas, arriesgadas, profundas y comunicativamente atractivas- en Manos Unidas. Atrevidas, arriesgadas.
Cuando se hizo cargo del proyecto de alandar lo hizo con la misma sencillez y humildad de siempre, básicamente trabajando, pero siempre dándole una vuelta y renovando el contenido y la forma sin perder la esencia. Haciendo un trabajo imprescindible, aunque para la mayoría poco visible (algo así como el papel de Vicente del Bosque en la selección, perdón por el símil para los no futboleros).
Ya no recuerdo cuándo empecé a escribir esta columna compartida con mi amiga Marta Arias, pero hace ya algunos años. Tras darle algunas vueltas decidimos encabezarla con el asteroide del Principito de Saint-Exupéry, un lugar desde el que nos gustaba mirar el mundo desde lejos, con perspectiva, y a Charo no le pareció mal (“¿el asteroide queeé?”).
Durante estos años reconozco que he sido una especie de dolor de muelas para ella, persiguiéndome con infinita paciencia para que le entregue mis columnas, siempre las últimas en llegar. Llamándome ella, y yo escribiendo desde un aeropuerto, en alguna ciudad lejana o encerrado entre reunión y reunión para terminar a tiempo (hoy una hora antes de la final del mundial, hecho un manojo de nervios). He intentado no fallar pero alguna se me ha escapado. Y al llegar ese momento, va ella y pone en el lugar de la columna que nunca llegó un texto de Eduardo Galeano… ¿puede haber una retribución más injustamente generosa?
Charo ha dado su etapa al frente de alandar por cerrada, y creo que a todos, a mí desde luego, sólo nos queda darle las gracias por su buen trabajo, su creatividad y su fuerza para mantener en pie un proyecto difícil pero lleno de sentido. También desearle toda la suerte del mundo para el tiempo que viene ahora. Y, en lo personal, muchas gracias por tu proverbial amabilidad al recordarme entre sudor frío las columnas pendientes, y por esa paciencia que en estos años tanto te ayudé a cultivar.