Aunque intento mantenerme fiel al encargo de dedicar esta columna a temas que reciben poca atención por parte de los medios convencionales, algunas veces es imposible resistir la tentación de abordar alguna de las cuestiones de más rabiosa actualidad. Hoy es una de esas veces, tal vez la que más, porque el tema del que voy a hablar ha llenado cientos de páginas, blogs, reportajes en televisión y conversaciones de café durante las últimas semanas. Me estoy refiriendo ni más ni menos que a la ley antitabaco, tal vez una de las que ha despertado pasiones más encontradas en los últimos tiempos. Como muestra de mi escaso olfato político, confesaré que yo no había siquiera imaginado que esto podría pasar. Harta de disfrutar con envidia la atmósfera libre de humos de todos los bares y restaurantes de los países a los que viajaba por Europa, pensé que este cambio no hacía más que posicionarnos allí donde otros habían llegado hace tiempo, sin mayores complicaciones. Qué equivocada estaba. Esta ley no sólo ha servido para disparar los ya habituales torpedos políticos, sino que ha despertado algunos de nuestros instintos más reaccionarios y egoístas.
Porque, segunda ingenuidad, yo pensaba que en un país como España ya estaba plenamente asumido eso de “mi libertad termina donde empiezan los derechos de los que me rodean”. Ahora descubro con estupor que no o, al menos, no en todos los ámbitos. Creo que nadie discutiría mi derecho a llamar a la policía si mi vecino de al lado se dedica a escuchar rock a todo volumen todas las noches a partir de la una de la mañana. Estaría claro que su derecho a disfrutar de su música favorita en su propia casa tiene como límite mi derecho (y necesidad física) de descansar. ¿Alguien me acusaría de estar reavivando los fantasmas del franquismo acusando a mi vecino? ¿Alguien diría que como está en su casa puede hacer lo que quiera y yo no puedo decir nada?
Y sin embargo, muchos han puesto el grito en el cielo ante la prohibición de fumar en los espacios públicos, alegando que se vulnera su libertad y, más aún, que se somete al fumador a una persecución injustificada. Incluso alguna pensadora a la que yo hasta ahora respetaba por su compromiso con diversas causas sociales ha llegado a afirmar que “nada le preocupa tanto” como la “caza de brujas” que se ha desatado con esta ley. Nada… son palabras mayores.
¿Y si analizamos la cuestión desde una perspectiva de solidaridad? O ni siquiera tanto, de mera responsabilidad. Yo soy adulto, tengo información suficiente sobre los efectos de mis acciones y de mi consumo. Decido consumir tabaco. Cuestionable, pero yo tampoco me resisto a muchas otras cosas que tampoco son de lo más saludable, así que ni pío. Hasta ahí todo bien. El problema viene cuando decido ejercer ese hábito en unas circunstancias tales que perjudican a quienes tengo a mi alrededor, que no han podido tomar la decisión que yo tomé. Es decir, no es necesario prohibir el tabaco, no sería siquiera necesario regular estas limitaciones a su uso si todos ejerciésemos nuestro “derecho” en un ejercicio responsable y de respeto por la salud de los que nos rodean. Si aquellos que fumaban en los parques infantiles (¡de hecho también padres!) hubiesen tenido la delicadeza de guardar las colillas lejos de las manos de los niños, tal vez me hubiese parecido excesiva la prohibición de fumar en esos espacios al aire libre. Pero después de quitar la tercera colilla de la boca de mi hijo (también en la playa), pasé a pedirla a gritos y sí, ahora la celebro.
Pero claro, empezamos a hablar de hijos y llegamos ya al kid de la cuestión, a destapar uno de los sentimientos profundos que esta ley también ha puesto al descubierto. Resulta que “lo verdaderamente penoso” para algunos fumadores no es tener que salir a la puerta a disfrutar de su vicio, sino el “ver -y sufrir- cómo los bares se llenan de enanos sin escrúpulos”. Yo diría que lo verdaderamente penoso no es que alguien piense así, es que haya quien se haga eco y le conceda espacios relevantes en los medios de comunicación.
Seamos equilibrados en nuestros juicios y responsables en nuestras acciones. Entonces, empezarán a necesitarse menos prohibiciones.
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