¿Dónde están los padres?

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Estas semanas estamos asistiendo a un goteo de movilizaciones en distintos rincones de España en defensa de la sanidad y la educación públicas. Ambos procesos tienen, en mi opinión, una cosa en común (aparte de sus pocas probabilidades de revertir la situación, lamentablemente) y es el protagonismo de los profesionales, en detrimento de los usuarios del servicio. Es cierto que en Cataluña vemos imágenes de ciudadanos junto con el personal sanitario en las concentraciones y también en Madrid hay padres que se encierran en los institutos. Pero no se trata de una presencia ni mayoritaria ni organizada (con la feliz excepción de los estudiantes, que sí se han unido mayoritariamente a las protestas). Las asociaciones de padres, así como las de consumidores y usuarios, están siendo poco visibles ante este proceso y creo que es una lástima.

Una lástima en primera instancia porque hacen que el conflicto se presente como una reivindicación laboral de los sindicatos frente a la Administración e, incluso, como una iniciativa “política”. Dicho sea de paso, me parece curioso que los propios políticos utilicen este término en negativo… Sin embargo, ¡claro que es un debate político! Pero no en el sentido partidista de la palabra, sino en el más puro origen del término, gestión de la cosa pública. Tal vez sea, de hecho, el debate más político en el que nos podemos y debemos enfrascar… y, en cambio, la gran mayoría actuamos como si la cosa no fuera con nosotros.

Y esa es la segunda gran lástima de esta situación, que realmente parece que no va con muchos de nosotros, dado que buena parte de la población ya ha optado por la educación y la sanidad privadas o concertadas. Lo he vuelto a contrastar por partida doble en estas últimas semanas, en que he vuelto a ser la rara de mi círculo de amigos, conocidos y familiares por dar a luz en un hospital público y por llevar a mi hijo a un colegio público.

Con el parto no tuve ninguna duda. Me da muchísima más confianza la sanidad pública, aposté por un hospital en el que sabía que se iba a respetar mi voluntad de estar con mi hija en todo momento y no me equivoqué (una experiencia maravillosa en el 12 de Octubre, para quien se quiera animar). Pero confieso que en el tema educativo hemos tenido dudas, miedos, titubeos… porque una cosa es actuar con coherencia cuando el afectado es uno mismo y otra muy distinta es poner en juego algo tan importante como la formación (y por tanto el futuro) de tus hijos. ¿Es responsable hacerles “pagar” a ellos con el resultado de nuestros principios? ¿Estará mi hijo peor preparado por haberme empeñado yo en ser, por una vez, coherente? Sobre todo porque, en un momento como este, apostar por la educación pública parece invertir en el caballo perdedor, el más descuidado, el peor alimentado y entrenado…

Afortunadamente, hay dos cosas que, pasadas las primeras semanas, me han devuelto la tranquilidad. La primera es la sonrisa de mi hijo cuando le digo por la mañana que “hoy sí” hay que ir al “cole”. Y la segunda es la enorme calidad de los profesionales que se ocupan de él, desde su tutora hasta la directora del colegio (casi todas mujeres, por cierto). Hay un anuncio muy bueno estos días en las calles en el que se ve una pantalla de ordenador con una búsqueda en Google acerca de “las colonias francesas”, llena de imágenes de frascos de colonia. Y abajo una leyenda dice “menos mal que antes de tener Internet tuviste de ‘profe’ a la señorita Carmen”… Pues eso, que menos mal que ellos siguen ahí, en su inmensa mayoría comprometidos con su oficio pese a todos los obstáculos, defensores de una enseñanza pública en la que, sin embargo, nos jugamos mucho más nosotros que ellos. No les dejemos solos.

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