Escribo esta columna, a última hora como siempre, en casa de mis padres, más concretamente en el despacho de mi padre. Allí, además de muchos libros y mucho desorden, están dos de los objetos más preciados de este jubilado hiperactivo: su ordenador (al que con una fuerza de voluntad envidiable ha llegado a dominar mucho mejor que yo, sin asistir a una sola clase) y su piano electrónico. A la silla del piano le mantiene ahora mismo pegado mi hijo Max de dos años, fascinado por las canciones que le toca el abuelo. Mi padre, al que yo en 35 años de vida jamás había oído cantar, se desgañita ahora tratando de acompañar con la voz las canciones infantiles que Max le reclama sin cesar. Con poco éxito artístico, pero todo un número uno para su nieto.
Abajo, en la cocina, espera mi madre, ella sí que sabe cantar y hacer manualidades, inventarse juegos, acompañarle a todos los rincones escondidos de esta casa de pueblo que para Max debe ser algo así como un parque de atracciones a escala doméstica. Eso por no hablar de la parcela, a unos kilómetros de distancia, donde esperan las gallinas, los pavos, los tomates, un montón de palos, el caballo del vecino y, sobre todo, ¡el tractor! Nos complicamos tanto la vida comprando juguetes caros, entradas para espectáculos enlatados, ropa de última moda, alimentos especiales para bebés y ellos encuentran su máxima felicidad en un pequeño huerto con un chándal viejo y la compañía de sus dos abuelos.
Así que, ahora que se acerca la Navidad, es el momento de intentarlo de nuevo. Tengo amigos y conocidos que lo han logrado, y sus hijos no parecen estar especialmente traumatizados ni sentirse desamparados. Apenas un detalle para mantener la tradición de los Reyes Magos y el resto de regalos deben atenerse a una de las tres siguientes condiciones:
a) Ser de manufactura artesanal: un dibujo, una tarta, una bufanda, lo que sea, pero hecho por la persona que regala.
b) Consistir en algo que no se pueda envolver, es decir, debe tratarse de una actividad para disfrutar juntos el que regala y el regalado: una tarde en el cine, un cuentacuentos, una visita al zoo, un paseo a caballo… (vale, no he dicho en ningún sitio que me vaya a inmolar tratando de imponer el coste cero, también hay que ayudar un poco a la economía, ¿no?)
c) Aportar un componente de solidaridad con aquellos que tienen más lejos el disfrute de los juegos y los regalos: hoy en día un montón de organizaciones ofrecen esta posibilidad, las que yo más conozco son UNICEF (www.regaloazul.unicef.es) e Intermón Oxfam (www.intermonoxfam.es/algomasqueunregalo), pero seguro que hay muchas otras maneras de convertir tu regalo en un pequeño gesto para compartir algo de nuestra suerte con los que no han tenido tanta.
No sé si lo conseguiré, pero desde luego voy a intentarlo. Hace un par de meses Max celebró su segundo cumpleaños y la avalancha de regalos fue tal que durante un tiempo cada vez que veía a un conocido con una bolsa se lanzaba sobre él reclamando su regalo. Vamos a ver si logramos que de estas navidades el recuerdo que le quede no sea el de un montón de envoltorios en el cubo del reciclado, sino el de un montón de experiencias divertidas vividas junto a las personas que más quiere. Deseadme suerte.
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