Compartir la fe y la esperanza en la cárcel de Navalcarnero

Cuando pensamos en la fe y en lo que ella supone quizá no nos venga a la cabeza ni al corazón la imagen de una cárcel, de unas rejas que se abren y se cierran o de unos presos caminando por unas galerías, pero tengo que decir que, sin embargo, para mí la fe y la experiencia compartida de ella, como sacerdote, hoy por hoy va tremendamente unida a esa cárcel por la que día a día paso. Va tan unida que diría más: me resulta muy difícil pensar en ser cura sin pensar en la cárcel, en cada uno de los muchachos con los que me encuentro y comparto lo que soy, mis esperanzas, mis dudas, ilusiones, proyectos. En definitiva, con los que comparto lo que voy viviendo como cura y como persona, si es que ambas experiencias pueden separarse.

La cárcel es un lugar especial de fe y esperanza, donde ser cristiano cobra una dimensión muy especial, porque el Dios Padre-Madre cada día se hace presente entre aquellos muros y rejas. En cada muchacho con el que comparto la vida voy descubriendo a alguien que cuenta conmigo para hacer posible algo especial: que la esperanza y la alegría se hagan presente en medio de tanto dolor y tanta desesperanza. Es curioso que en un lugar de muerte pueda descubrirse tanta vida y tanta ilusión. Tengo la suerte de compartir cada semana, los sábados, las eucaristías  con los presos de Navalcarnero y en cada una de ellas lo que hacemos juntos es descubrir a un Dios que camina a nuestro lado y que comparte todo lo que somos; unas veces lloramos, otras reímos, unas veces sufrimos y otras nos alegramos, pero lo que hacemos cada día es no sentirnos solos y descubrir que en cada abrazo que nos damos e incluso en cada lágrima está presente el mismo Dios.

Pastoral penitenciaria en la cárcel de Navalcarnero

Siempre que hablo con el obispo de la diócesis de Getafe me pregunta que si los presos se confiesan y siempre le contesto lo mismo: depende de lo que usted entienda por confesar; si por confesar entendemos “lo tradicional”, esa especie de descarga que a menudo son las confesiones parroquiales, pues evidentemente no. Pero si por confesar entendemos lo que aparece en el Evangelio, el encuentro profundo con el Dios de la vida, Padre misericordioso que acoge en cada momento, claro que confiesan; todos los días paso por los diferentes módulos de la cárcel y raro es el día donde no hay un encuentro profundo con un ser humano dolorido que hace un hueco a Dios y que está deseando ser escuchado y ser animado; raro es el día que en cada encuentro con los muchachos no se hace presente el Dios Padre bueno que aparece en la parábola y que, como dice San Lucas, “todos los días salía a buscar a su hijo”.

Otra cosa que también hacemos es compartir la fe con los diferentes grupos de voluntarios que tenemos en la cárcel; este año hemos comenzado con los “grupos de Jesús” de los que habla Pagola. Nos reunimos todos los jueves ocho muchachos, que desde su “machaque” de vida por la droga, sobre todo, quieren conocer a Jesús, quieren abrazarse a él e ir profundizando en su fe. Os puedo asegurar que, cuando hablan y comparten con toda libertad y sinceridad, se nos abren los ojos y el corazón, porque ¡en cuantas parroquias “los buenos” quisieran compartir como comparten estos muchachos, desde los más profundo del corazón! En ellos se ve que la experiencia de fe es algo muy vital, que no es una rutina y que su Dios es el Dios que sienten cercano. Expresan que Jesús es alguien tan vivo que lo ven presente en cada gesto que allí hacen o cuando compartimos con ellos un poco de nuestra vida y de nuestra ilusión.

Pero todavía más: la fe es tan compartida y tan vivida que entre todos formamos una auténtica comunidad de fe y de amor, es una comunidad donde nos echamos de menos cuando alguien falta, donde preguntamos los unos por los otros y donde la fe es parte de todo lo que hacemos y vivimos. Ahora que ya no tengo parroquia porque el señor obispo, como bien sabéis, ha decidido quitármela, tengo que decir que esta comunidad parroquial de Navalcarnero alimenta mi vida como cura y tanto lo hace que en este momento tan duro que estamos, son los presos, “los malos”, los que van dándonos a todos esperanza y los que van haciendo que la fortaleza de Dios y la alegría del Espíritu se nos vaya haciendo presente. En su espontaneidad, en sus apoyos, en sus sonrisas a pesar de tener ellos tanto dolor, Dios se nos manifiesta y nos va diciendo que nos quiere. Una vez más se confirma que son los pobres los que nos evangelizan, los que nos transmiten con su vida “la buena noticia de Jesús de Nazaret”, en ellos descubrimos cada día que el Espíritu del resucitado los llena y los invade de esperanza. Cada vez que compartimos con ellos esa experiencia de fe nos salen nombres y rostros concretos y en ellos también se nos hacen presentes las palabras del santo obispo de Brasil, Pedro Casaldáliga: “Al final del camino me dirán: – ¿has vivido? ¿Has amado? Y yo sin decir nada abriré el corazón lleno de nombres”. Esos nombres y esos rostros son los que nos hacen vivir desde la más profunda y entrañable experiencia de fe. Y, de nuevo retomando también las palabras de San Romero de América: “Con este pueblo no cuesta ser buen pastor”.

*Francisco Javier Sánchez González es el capellán de la cárcel de Navalcarnero y dejó, este verano, de ser párroco de la Sagrada Familia en Fuenlabrada (Madrid)

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