Del 15 al 22 de julio ha recorrido diferentes ciudades españolas la caravana Abriendo Fronteras-Melilla 2017, que surgió para exigir el cumplimiento de derechos humanos en un entorno en el que están siendo sistemáticamente vulnerados, la frontera sur de España y de Europa.

Una de las performances realizadas durante la caravana. FOTO PEPA MOLEÓN
Han sido siete días de convivencia, observación y denuncia activa que han llevado a cabo 450 personas procedentes de Andalucía, Asturias, Cantabria, Castilla-La Mancha, Castilla León, Cataluña, País Vasco, Madrid, Navarra, Comunidad Valenciana… y pertenecientes a cien colectivos diferentes.
Salieron de Madrid el 15 de julio, después de la lectura del Comunicado que recogía los objetivos de la caravana delante del Congreso de los Diputados y de formar una cadena humana, preludio de la que iban a desarrollar a lo largo del itinerario previsto: Madrid-Sevilla-Tarifa-Algeciras-Málaga-Melilla-Almería.
La idea de la Caravana Sur surgió hace un año cuando otra caravana similar se puso en marcha y atravesó Europa para llegar a los campos de refugiados de Grecia y denunciar el incumplimiento de los compromisos adquiridos por los diferentes países y por la Unión Europea en su conjunto en materia de política migratoria y acogida a los refugiados.
Como en todo itinerario, la caravana Abriendo Fronteras tenía previsto alcanzar lugares significativos que permitieran visibilizar las denuncias de vulneración de los derechos humanos en nuestro país como son los CIES, los CETIS y, una vez en Melilla, la valla, la situación de las porteadoras (esclavismo en el S. XXI) y de los MENA, menores emigrantes no acompañados y más tarde, en Almería, la situación de los trabajadores de los invernaderos, de ese mar de plástico que alimenta a Europa.
La casi totalidad de las personas que constituían la caravana eran mujeres y hombres que llevan en su vida cotidiana una mochila de solidaridad, trabajo y compromiso previos con inmigrantes y refugiados; que, en el día a día, miran de frente, tienden la mano, acogen en su casa, gastan la batería de su móvil con llamadas, acompañan para que los papeles lleguen cuanto antes o para que la entrada o salida del CETI no la vivan en soledad.
Y, como en toda caravana que se precie, también hay infiltrados, personas que quieren llegar a un lugar o aproximarse a una realidad para dejarse tocar por ella y se unen a los primeros, en silencio, para caminar y aprender con ellos. Yo me infiltré y por eso hoy quiero dar fe de cuanto he vivido esa semana de calor que no agobia, de cansancio físico que no se nota, de escucha de palabras de calidad y hondura, de silencios -si cabe- aún más cálidos y hondos, de imágenes que quedan grabadas a fuego, de conocer personas que han apostado su vida por otras y lo viven con la naturalidad y el placer con que bebemos un vaso de agua cuando tenemos sed o nos deleitamos con una comida que sabe a amor, de gritos y canciones reivindicativas que hacen de muchas voces una única voz… porque todo eso y mucho más lo hemos vivido en la caravana Abriendo Fronteras.

Protesta en la playa durante la caravana. FOTO PEPA MOLEÓN.
Si no fuera porque la experiencia ha confirmado mi intuición inicial no haría alusión en esta crónica a una referencia personal porque nada más claro en los objetivos que nos empujaban que dar el protagonismo a las víctimas, a las mujeres y hombres que arriesgan su vida saliendo de sus países para hacerla más digna y poder compartirla con los que aman y que -por contra- se encuentran con vallas y fronteras que les dicen: “Regresa a tu país, no eres de aquí” y, en segundo lugar, a las mujeres y hombres que no aceptan este estado de cosas y deciden que su vida está también atrapada junto a la de las víctimas en ese mar de vallas, papeles, burocracia y clandestinidad.
Y así, nos han acompañado y hemos escuchado a José Palazón y a Maite, que siguen cuidando a los menores a través de Prodein; a Jose y a José Luis en la Universidad de Melilla, a los compañeros de Ecologistas en Acción; a Gema, profesora que trabaja en la pública con los chavales; a Marisa y a Ana, religiosas que trabajan con mujeres y hombres del CETI de Melilla, lugar teóricamente de acogida y que se convierte en cárcel y ámbito de inseguridad por las redadas que realiza la policía para deportar a los que aparecen en listas previamente configuradas.
Las víctimas tienen nombre e historia para sí mismas, para sus familias que se quedan aguardando un final feliz y para los que se acercan a ellos cuando llegan y les incorporan a su relación y amistad.
Para la mayoría de nosotras, personas menos decididas o más temerosas, son rostros alegres o dolientes detrás de una manta con objetos, en un semáforo o en una esquina de nuestras ciudades.
Y de ahí parte mi infiltración en la caravana, porque un día, al término de una conferencia de Patricia Fernández, Patuca, abogada de estos temas vinculada a la comunidad de S. Carlos Borromeo, sobre “Mujeres refugiadas y migrantes. El rostro femenino del Dios que está a la puerta y llama”, alguien hizo esa pregunta que se hace siempre:¿qué podemos hacer? Y ella respondió: acercarse, acercarnos…
Decidí acercarme y lo que he visto y oído lo comparto.
Nos animo a meternos en las redes sociales, a leer cuanto se ha publicado sobre la caravana, a entrar en la web de Prodein y de José Palazón en Melilla o de Helena Maleno en Ceuta, ver vídeos, fotos y crónicas realizadas por Antonio y Sonia, fotorreportero y periodista que nos acompañaron… Acercarnos, en definitiva, a lo que sucede cada día en nuestro país para que, conocedores de los hechos, nos acerquemos a las personas, a las mujeres y hombres refugiados y migrantes y, al tiempo, denunciemos la carencia de imaginación para generar programas de acogida cuando muchos ciudadanos y ciudades están dispuestos a acoger… y los intereses acumulados que generan un sistema perverso, no lejos de nuestra casa, ahí al lado, en la frontera sur de España y de Europa.