Cuando leí por primera vez La Mujer habitada de Gioconda Belli me sentí absolutamente reconocida en la experiencia de la protagonista, en cuyo interior convivían, clamaban y soñaban otras mujeres del presente y del pasado y cuya memoria viva la constituía como tal y la configuraba en su singularidad propia. En este 8 de marzo disidente y creativo en el que las mujeres hemos decidido parar la producción , el consumo y los cuidados con una huelga general que visibilice que sin nosotras no se mueve el mundo, hago memoria de las mujeres que me habitan y reivindico de este modo una historia negada. El origen es siempre femenino aunque el patriarcado haya alimentado otros mitos y narraciones que nos invisibilizan y se empeñan en colocarnos en una situación de subordinación o “complementariedad” con los varones.

La vida se inicia en un cuerpo de mujer. La Ruah no es el Padre todopoderoso creador sino la Espíritu creativa, que del caos alienta el impulso de vida. Reivindico a Eva, no como personaje segundo ni maldito, sino como un icono de la libertad en ejercicio. Los riesgos y los sueños de otras mujeres configuran hoy también los míos. Me siento un patchwork de mujeres y profundamente agradecida por ello. Tomo prestadas las palabras de Gioconda Belli para confesar como ella que amo a las mujeres desde su piel que es la mía y me felicito por ser de su especie, por los llantos, sueños, alegrías y rebeliones compartidas
Los sueños y la rebelión de mi abuela Araminta, a la que unos hombres bajo el poder de un golpe militar le arrancaron la alegría e impusieron, en nombre de un Dios que no era el suyo, el fin de la república, borrándole hasta el nombre. Sin embargo, mi abuela siguió apostando por la vida, desde abajo y en silencio, en el lado de los y las perdedoras, pero sin dejar de soñar otros tiempos para las mujeres y enseñando a su hija y sus nietas el poder de la resiliencia y los deseos, aunque fueran clandestinos. Junto a esta textura se suman los sueños y la rebelión de mi madre, niña de postguerra cuya mayor apuesta por la vida, ha sido que sus deseos de libertad y alegría se realizaran en sus hijas aun a costa de negarse para sí misma ese derecho.
Otra tejido del patchwork que constituye mi conciencia y mi corazón de mujer son los sueños y la rebelión que forjan mi fe desde los orígenes. María Magdalena, ignorada y calumniada en la historia de la Iglesia, tildada de prostituta arrepentida y negada en su condición de discípula, incondicional hasta el fin por su pasión por el profeta Jesús y su Evangelio. Mujer de palabra pública y gestos desmesurados y veraces en su convencimiento de que otra humanidad, otras relaciones entre mujeres y hombres y otro mundo no solo eran posibles sino también necesarios. Junto a ella se trenzan los sueños y la rebelión de las monjas insumisas al statu quo, las otras monjas. Las monjas asesinadas en la dictaduras de América Latina en los años 80 por su compromiso con los derechos humanos: Ita Ford y su comunidad en El Salvador, las francesas Alice Dommon y Leonie Duquet, asesinadas por la dictadura argentina y cuyo amor a quienes desaparecían en las periferias las convirtió a ellas mismas en desaparecidas bajo el horror de la violencia del Estado, o más recientemente los sueños y la rebelión de Dorothy Stang de una tierra sin amos en los que apostó también su vida.
Me habitan también los sueños y la rebeliones de las mujeres activistas por los derechos de las mujeres y los derechos de la tierra, desde Cristina de Pizan y su utopía de la ciudad de las Damas, pasando por Sor Juana Inés del Cruz a Clara Campoamor y la jóvenes feministas de mi barrio que reclaman con alegría y rabia que ni la tierra ni nuestros cuerpos son territorios de conquista. En el patchwork de mujeres que es mi corazón y mi conciencia hay una textura especial que es la que aportan las mujeres guardianas de los ríos y las semillas. Mujeres como Berta Cáceres, cuyo convencimiento de que la tierra es sagrada y sus bienes han de ser comunes la llevó a afrontar la violencia de los intereses de las grandes empresas transnacionales que acabaron con su vida por resultarse demasiado amenazante para sus intereses capitalistas y cuya memoria libre y peligrosa continúa en la vida de su hija Bertita Zúñiga y en la de tantas mujeres lencas. Junto a ellas, en una textura suave pero resistente, se anudan los sueños de las mujeres cuidadoras de las semillas y activistas del ecofeminismo, como Vandana Shiva y sus rebeliones y sueños por frenar el extractivismo y los intereses de las grandes trasnacionales de la industria alimentaria y hacer posible una vida más sostenible.
También los sueños y las rebeliones de las mujeres filósofas y teólogas me habita este 8 de marzo y se suman a nuestra huelga de mujeres. María Zambrano, reivindicando que el logos ha de pasar por las entrañas y que existen otras razones además de la instrumental y por eso la vida ha de pensarse y decirse desde la razón poética, porque no que no hay mayor autoridad moral que la de amor, aunque para ello tengamos que acabar con el amor burgués, o el amor romántico -como decimos hoy- y reivindicar el siempre olvidado amor a una misma, a la propia conciencia y libertad. Me habitan también los sueños y las rebeliones de Marta de Betania, la primera teóloga que aparece en el Evangelio, que se atrevió a cuestionar a Jesús ante el dolor y el sin sentido de la muerte. También las Madres del desierto como Macrina, primera inspiradora del estilo de vida en el que hoy me siento y me vivo como cristiana y para el que aún no hemos encontrado otro nombre que el de vida religiosa femenina, aunque no nos satisfaga. Habitada también por las ideas, las palabras y las vidas de otras mujeres que alimentan las mía. Mujeres que dan razón de su fe y piensan la divinidad desde otras categorías mas allá del patriarcado, como Ivone Gevara, Mercedes Navarro, Carmina Navia, Antonieta Pottente, Joan Chittister, Dolores Aleixandre Pilar Wirz o maestras en místicas como Mar Graña, o Silvia Bara
Y es que en el patchwork de mi corazón y de mi conciencia ocupan un lugar muy especial la mística y la política. Místicas como Juliana de Norwich, que en su Libro de visiones y las Revelaciones nos recuerda que Cristo es madre y nos amamanta con su pecho que es la eucaristía; o como Etty HIllesum, profeta de la belleza y la solidaridad hasta el extremo en la situación más límite de los infiernos humanos; o Luz Casanova, experta en vivir con oído atento al murmullo de los empobrecidos y empobrecidas en el mundo; o Dorothy Day, insumisa a la violencia y la injustica y por ello fundadora de los catholic workers y detenida en numerosas ocasiones por su objeción de conciencia al militarismo.
Pero, sin duda, son las mujeres que nos hemos conocido cruzando fronteras, ya sea visibles o invisibles, las que configuran hoy más mi vida y con las que me siento en deuda permanente de aprendizaje y fortaleza por el alto precio que se paga por ello. De algunas de ellas nos queda sobre todo el grito, para que no se repita. Muertes injustas y aun impunes como la Samba Martine, que cruzó el Estrecho en busca de la vida y halló la muerte por falta de asistencia médica en el CIE de Aluche; o Janet Beltrán, que pagó con su vida el racismo institucional del decreto de exclusión sanitaria que le negó ser atendida en un hospital público de Toledo; o los gritos exigiendo justicia de las madres de los asesinados en Tarajal o el dolor insomne de las mujeres tratadas, convertidas en mercancía en el negocio del sexo.
Pero, junto a esta textura, se anuda también un trenzado de alegría con acentos diversos que corea al unísono ni una menos ni una muerta más, que reclaman feminismos más diversos y mestizos, que reivindican las fronteras como lugar de cruce y aprendizajes compartidos y no de muerte ni de vulneración de derechos humanos y por eso es necesario saltarlas juntas hasta desmantelarlas. Porque, como nos recuerda Audre Lorde, la extranjera es la hermana y nuestra aspiración no es cambiar la casa del amo con las armas del amo, sino que la casa que queremos -y por eso salimos a la calle este 8 de marzo- es de puertas abiertas, sin candados ni derecho de propiedad ni de admisión, la casa de la diversidad, la risa y libertad de los cuerpos en su indomable alegría, da igual el lugar de la tierra donde cada una hayamos nacido.
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