Es sorprendente la cantidad de iniciativas sociales que podemos encontrar en una gran ciudad como Madrid. Gracias a cientos de seres humanos que se implican al 100% con su trabajo y a voluntariado de todo tipo y condición, personas enfermas, ancianas, sin recursos o menores tienen una vida un poco más fácil. Gracias a esos hombres y mujeres anónimos, alejados de las portadas de los periódicos y de los comentarios en las redes sociales, el mundo es un poquito más humano.
Esta vez nos trasladamos al barrio madrileño de Carabanchel. Allí está uno de los centros de la Fundación Buen Samaritano, «una entidad sin ánimo de lucro dedicada a la atención integral, la recuperación y la integración social, familiar y laboral de personas con enfermedad mental grave y duradera, y que tiene como práctica la caridad cristiana, es decir, expresar el amor que Dios siente por toda persona que acuda a beneficiarse de sus prestaciones, respetando al máximo su dignidad, condición y convicción».
Nada más entrar, respiras la felicidad y la alegría de un trabajo bien hecho. Se nota en las caras de quienes trabajan allí. Nos reciben Diego Pulido, director del centro y Mª Luisa, religiosa de la congregación Hermanas Carmelitas de la Caridad de Vedruna y una de las primeras voluntarias en poner en marcha este proyecto.
La historia de Buen Samaritano se remonta a 1997. Es en ese momento cuando, tras la celebración del día del enfermo en la Iglesia, se intenta responder a una realidad desatendida en el distrito de Carabanchel, a un sector en el que la gente seguía sin estar concienciada: las personas con esquizofrenia y con diagnóstico de trastorno psicótico. Así, un grupo de voluntarios, gracias al empuje del coordinador de Pastoral de la Salud de la Vicaria VI, no dudaron en ponerse en marcha. Apenas tenían experiencia en este campo, pero la ilusión era más fuerte que los miedos y las dificultades. Ni cortos ni perezosos se lanzaron en busca de un local, de ayudas económicas y de todo tipo de subvenciones. Al principio les cedieron un pequeño local de la parroquia Nuestra Señora del Sagrario. Allí hicieron un curso acerca de la enfermedad. De los 20 que empezaron solo quedaron cuatro personas para atender a ocho enfermos. Mª Luisa admite que era una enfermedad desconocida y que mucha gente, al enterarse de cómo había que trabajar con ellos, sintió miedo y se echó para atrás. Comenzaron jugando a las cartas, dando paseos por Madrid y charlando. Pero, gracias a Dios, el local se les quedó pequeño.
Los comienzos nunca son fáciles, se encontraron con alguna que otra puerta cerrada y la falta de dinero siempre agrava la situación. Había que conseguir, por todos los medios, un local gratuito y así, tras mucho pelear, Mª Luisa y los demás consiguieron el actual local de la calle Matilde Hernández. Ahora era el tiempo de lidiar con los vecinos y vecinas que, incluso, quisieron pararles las obras, temerosos de sufrir el ataque de alguna de las personas que acudían al centro de día. Una imagen que, afortunadamente, se ha dejado atrás pues, como les gusta recalcar a Diego y a Mª Luisa, son personas «como tú y como yo» y la convivencia con ellos y entre ellos es la misma que se da en personas sin enfermedades. Les gusta irse a tomar un café al centro, realizar comidas de Navidad con los amigos o arreglarse y ponerse guapos para las fiestas.
A día de hoy, un total de 45 trabajadores, de los cuales el 25% son personas con algún tipo de enfermedad mental, hacen posible este proyecto que, desde 2002, se enmarca dentro de los centros concertados de la Comunidad de Madrid que atiende a este colectivo. Son, precisamente, los servicios de la salud mental de Carabanchel, Villaverde, Usera, Arganzuela, Valdemoro, Ciempozuelos y Aranjuez quienes remiten a los enfermos y enfermas a alguno de los cuatro recursos con los que actualmente cuenta la Fundación Buen Samaritano. Hombres y mujeres de entre 18 y 65 años reciben, en un primer momento, la valoración de los trabajadores sociales, psicólogos y terapeutas, encargados de marcar los objetivos individuales para cada persona aunque, en última instancia, el objetivo para todos ellos es tener una vida lo más fácil y autónoma posible dentro de la comunidad.
Así, el Centro de Rehabilitación Laboral de Carabanchel y Villaverde tiene como finalidad específica «facilitar la adquisición y recuperación de las habilidades y hábitos necesarios para acceder a un empleo y mantenerse en el puesto de trabajo», mientras que el Centro de Rehabilitación Psicosocial de Carabanchel está encaminado a conseguir que «los enfermos puedan alcanzar el máximo desarrollo de su autonomía personal y social, facilitar su mantenimiento en la comunidad y apoyar sus procesos globales de integración social». Ambos recursos tienen como nexo de unión el Centro de Día que «ofrece un conjunto de actividades con funciones de apoyo y soporte social que facilita la estructuración de la vida cotidiana.
Hay momentos para el ocio y el tiempo libre, para tomar conciencia de la enfermedad (tomarse la medicación, detectar alguna alteración e ir al médico) o para manejarse en la vida diaria (administrar el dinero, cuidar la casa, el aseo personal o la dieta alimenticia). Además, hay una gran labor de gestión administrativa, de apoyo social y de inserción y seguimiento laboral. Y es que uno de los grandes logros ha sido concienciar a grandes empresas de que las personas con enfermedad mental son perfectamente susceptibles de inserción laboral. Al mismo tiempo, el trabajo con las familias es esencial pues, como reconoce Diego, son ellas quienes conviven las 24 horas con los enfermos y enfermas. Mª Luisa recuerda historias con algunas de ellas; concretamente la cara de emoción y alegría de una madre al ver que, por primera vez, su hijo y su marido se iban a tomar un café juntos tras años sin hablarse y aceptarse.
Además de los trabajadores, la fundación cuenta con una amplia red de voluntariado y de personal en prácticas (al tener convenio con la gran mayoría de universidades de Madrid) que ofrecen apoyo en las actividades grupales y se enganchan al proyecto sin dudarlo. En este sentido, la Fundación también organiza actividades a las que acuden como voluntarios. Diego nos explica que es bueno que los usuarios y usuarias dejen de sentirse «el ombligo del mundo» y vean que hay otras realidades que necesitan su ayuda. Por ello, hacen recogida de alimentos y juguetes y colaboran con una protectora de animales y con una residencia de personas mayores. Uno de los últimos proyectos ha sido la apertura de un huerto que sirve, no solo para autosuministrarse, sino también para adquirir hábitos de responsabilidad.
A día de hoy es difícil encontrarse con gente entusiasmada de su trabajo. Diego, Mª Luisa y los demás trabajadores de Buen Samaritano, lo son. La alegría de ver a los chicos reintegrados en la sociedad e, incluso, trabajando en grandes almacenes supera con creces todas esas dificultades que tuvieron en los comienzos. Por eso, su único sueño es seguir tal y como están.
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