Pensar en la cárcel es siempre pensar en algo negativo sin salida ni futuro. Una realidad que, además de que se nos escapa porque no conocemos o conocemos muchos mitos de ella, nos parece terriblemente negativa. Y es verdad que la cárcel entraña esa especie de pozo sin fondo o esa especie de muerte en vida.
Nos pone ante una realidad donde por un momento todo parece que se rompe y se deshace. Se rompen las relaciones afectivas y familiares, se rompe un futuro profesional, trabajo, relaciones personales, etc. Entrar en la cárcel significa un momento de ruptura con todo.

Pero en esa realidad cruel y destructiva, ¿es posible la esperanza? ¿Es posible tener proyectos, ilusiones o futuro? ¿Se puede desear tener un buen curso, o hacer planes como los que todos hacemos a la vuelta de vacaciones?
Los que tenemos la suerte de ir cada día y poder compartir codo con codo todo esto con los presos, tenemos que decir que no solo es posible vivir la esperanza y proyectos de futuro, sino intentar cada día que la cárcel no sea algo destructivo y que por encima de todo sigamos pensando que merece la pena vivir, continuar y cambiar de vida. No tendría sentido la pastoral penitenciaria ni nuestro acompañamiento si no creyéramos que se puede tener esperanza dentro de la cárcel, que no todo está perdido, que se pueden cambiar cosas y que nosotros como creyentes en el Dios de la vida, estamos llamados a intentar que haga el menor daño posible al ser humano que por circunstancias distintas tiene que pasar allí una parte de su vida.
No podemos ser derrotistas ni ingenuos pensando que es un lugar ideal para cultivar y vivir la esperanza, ni tampoco podemos pensar que allí no se puede hacer nada. ¡Claro que es posible la esperanza! A pesar de todas las dificultades que se presentan y desidia que a veces existe y con la que a veces es difícil luchar. Se trata de lidiar contra “el todo me da igual” o simplemente contra la baja autoestima personal que me impide a veces hasta ducharme porque nadie me espera, o porque no tengo que estar con nadie, ni intentar agradar a nadie.
Nosotros, desde nuestra acción como creyentes, estamos llamados a transmitir esa esperanza que no es nuestra, sino que nos viene de Dios y que hace que cada día podamos enfrentarnos a situaciones dolorosas y traumáticas de seres humanos que pueden haber perdido todo. Podamos ser para ellos no solo una especie de válvula de escape, sino esa manifestación de la “carga y el yugo ligero” del que habla San Mateo en su evangelio. Estamos llamados a hacer presente que otra vida es posible para cada uno de los que allí están, por eso creo que es un lugar privilegiado para vivir la experiencia pascual, donde muerte y vida a menudo se entremezclan y parecen casi hasta llegar a confundirse.
Pero, ¿cómo se puede llevar a cabo entre muros y rejas, entre situaciones a veces de indignidad que viven los chavales presos? Yo creo que lo conseguimos a través de llevar cada día nuestro entusiasmo, nuestra alegría y nuestras ganas de vivir, que se manifiestan en cada abrazo, en cada sonrisa, en cada llanto y en cada apretón que juntos compartimos. Cada vez que celebramos la Eucaristía, o compartimos una conversación en los módulos, o tenemos un rato de reunión con algunos de los grupos, intentamos concienciarles que no solo son importantes, sino transmitirles que es posible la esperanza, el cambio y la apuesta por el futuro. Y tengo que decir no solo que lo conseguimos, sino que el Dios de la vida que se hace presente en cada gesto entrañable que allí compartimos, nos impulsa cada día a vivirlo así.
Creer en el ser humano crucificado, como diría Jon Sobrino, nos impulsa a trabajar por algo diferente.
Y claro que en Navalcarnero hay esperanza, pero una esperanza quizá distinta a la habitual, una esperanza que supone superarse cada día y sobre todo, creer que podemos cambiar. Desde este planteamiento y a pesar de lo que los medios de comunicación nos dicen, pensamos que no solo es posible la reinserción, sino que una cárcel que no reinserte es un campo de concentración. Un voluntario cristiano que no transmita con sus actitudes esa reinserción de parte de Jesús de Nazaret, no es un auténtico cristiano. “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”, le dice Jesús a Zaqueo (Lc 19,9), y eso es lo que nosotros estamos llamados a transmitir a los chavales con nuestro compartir cerca de ellos: vida, esperanza, futuro, proyecto y en muchas ocasiones también sus fracasos. Haciendo nuestras las palabras del maestro, de que solo necesitan médico los enfermos y de que justamente Él ha venido a llamar a esos enfermos y pecadores.