Por Pepa Torres Pérez, Red Interlavapiés. Ilustración: Daniel Farràs
El título de mi texto de este mes no es una historia de novela, aunque nos evoque a la de Isabel Allende. Es una historia verdadera, que como dice el Evangelio, no se puede esconder bajo un cajón, sino que es bueno colocarla en la repisa más alta de la casa para que a todas y todos nos llegue su luz y reoriente cegueras (Mt 5,15).
Hace apenas un mes y medio algunas gentes de mi barrio participamos en una boda poco usual, cuyo ritual se iniciaba de la siguiente manera: Érase una vez una semilla blanca y una semilla negra que, durante mucho tiempo, crecieron haciéndose a sí mismas en lugares distantes hasta que la fuerza del coffel los hizo encontrarse, portando sueños que no saben de fronteras. “Coffel”, para quienes no lo sepan, significa “amor” en uolof. Gentes del mundo acompañábamos a la novia y al novio al ritmo de yembes africanos e instrumentos de cuerda del Magreb. Los vestidos y las voces de los invitados e invitadas nos hacían aún más conscientes de que vivimos en un mundo donde caben muchos mundos y que no existe una historia única.[quote_left]“Coffel”, para quienes no lo sepan, significa “amor” en uolof[/quote_left]
La diversidad de lenguas y acentos -uolof, bangladesí, francés, castellano, etc.- llenaba el espacio de una sensación gozosa de libertad y alegría. Pero también al mismo tiempo, una silla vacía, revestida con un paño senegalés, recordaba la ausencia de la familia del novio por “cuestiones de papeles”. La política europea de visados es especialmente dura y rígida cuando quienes los solicitan son africanos y africanas. La sombra de la sospecha, el racismo y la criminalización es siempre alargada sobre ellos y ellas, hasta el punto de deformar la realidad y ver peligro en un acontecimiento natural y en absoluto amenazante como puede ser una boda. Así le sucedió a Nogaye, hermana del novio a quien, tras innumerables tramites acá y allá y aun cumpliendo sobradamente los requisitos, se le denegó el visado para asistir a la boda por razones de pura arbitrariedad.
Pese a todo ello, la fiesta fue abundancia y diversidad: música, comidas del mundo, cuerpos bancos, negros y cobrizos mezclados, abrazándose, bailando juntos, aprendiendo unos de otros a dejarse llevar por la fuerza de la música. Jóvenes, mayores, niños y niñas unidos por la misma alegría en esta celebración del amor más allá de las barreras de clase, raza, legalidad o ilegalidad que el sistema con sus consignas pretende imponernos.
Después de muchas horas de fiesta nos despedimos muy contentos con la sensación de que algo de la utopía del mundo que soñamos habíamos acariciado en aquella boda. Hasta que a las doce de la noche, de repente una llamada telefónica nos informa de que nuestros amigos habían tenido un incidente en el vuelo que les conducía a Dakar, donde pensaban pasar la luna de miel con la familia del novio. El novio, custodiado por dos guardias civiles, había sido obligado a bajarse del avión y la novia continuaba sola el viaje hacia Senegal, pues, cuando quiso bajarse del vuelo para estar con su marido, el avión había despegado de pista y ya no podía retroceder.
La novia, nerviosa e inteligente, mantuvo el teléfono abierto de modo que pudimos saber de forma más o menos directa lo que había sucedido. En el vuelo viajaban también varias personas que estaban siendo deportadas. Las deportaciones, aunque apenas salen en los medios de comunicación de masas son cotidianas en nuestro país. Una deportación de 120 plazas le cuesta al estado 8.500 euros por hora. En el 2013 las compañías que compitieron por la adjudicación de las deportaciones lo hicieron con un presupuesto base de licitación de 18.000 euros. Air Europa y Swift Air que son las empresas que actualmente tienen la concesión han ganado en dos años 24 millones doscientos mil euros más IVA.[quote_right]El novio, custodiado por dos guardias civiles, había sido obligado a bajarse del avión y la novia continuaba sola[/quote_right]
Nuestros amigos se dieron cuenta de la situación y empezaron a informar a los pasajeros y pasajeras de lo que esto suponía y la manera de evitarlo, pidiendo al capitán de la tripulación que lo impidiera. El caso es que una parte de los pasajeros se posicionó a favor de los deportados y, finalmente, tras un atraso de dos horas, los deportados fueron bajados del vuelo pero, también con ellos, nuestro amigo, acusado de ser el cabecilla de aquella “rebelión a bordo”.
Inmediatamente, un grupo de personas nos pusimos en marcha desde Lavapiés hacia el aeropuerto con una abogada amiga para intervenir e intentar evitar la detención de nuestro amigo, mientras otro grupo intentaba localizar a la familia en Dakar para que recogieran a la novia en el aeropuerto y se hicieran cargo de la situación en que llegaba. El caso es que en aquellas 24 horas pasamos del amor a la sombra: recorrido por las salas donde retienen a sospechosos y detenidos en el aeropuerto, con “conversaciones imposibles” ante quienes custodian sus puertas y torniquetes; calabozos de Plaza de Castilla, centro de detenidos de Moratalaz, etc. Hasta que, a las tres de la mañana, recibimos la llamada de nuestro amigo para decirnos que estaba bien, que el mal trago ya se había pasado y que había merecido la pena, porque las dos personas deportadas habían quedado en libertad. A él la Guardia Civil le había echado una bronca descomunal, instándole a no protagonizar nunca más ese tipo de acontecimientos, que atentan contra la seguridad aérea, a la vez que le acompañaron a la ventanilla de otra compañía para adquirir un billete para el día siguiente.
El caso es que, al día siguiente, cuando nuestro amigo cogió nuevamente otro vuelo para encontrarse con su mujer y su familia en Dakar y continuar así su viaje de novios, se halló de nuevo ante otra situación parecida. En el vuelo viajaba a la fuerza otro deportado. Pero esta vez nuestro amigo decidió utilizar otra estrategia diferente: implicar a su compañero de asiento, un francés con pinta de fotógrafo, al que contó lo que era una deportación y cómo podía ser evitada. Y así, de nuevo, pero esta vez con un fotógrafo francés a la cabeza, se produjo otro motín en el vuelo y el deportado fue bajado del avión, mientras que el francés continuó su vuelo conversando con nuestro amigo sobre el último libro que había leído: El negocio de la xenofobia, de Claire Rodier.[quote_left]Se puede hacer mucho para contribuir al cierre del CIE de Aluche[/quote_left]
Esta historia verdadera remite también a las miles de personas que hay encerradas en los centros de internamiento de extranjeros en toda Europa y, concretamente, en nuestro país. Su situación es denunciada año tras año por las organizaciones de derechos humanos y los colectivos de luchas migrantes. Como mis amigos recién casados, todos y todas podemos hacer algo contra las deportaciones, las redadas y los CIE. Recientemente, la Asamblea Madrid Libre de CIE ha presentado una propuesta en el portal de Gobierno Abierto del Ayuntamiento de Madrid para convertir a Madrid en una ciudad de acogida e integración, libre de CIE, deportaciones forzosas y redadas racistas. Aunque la existencia y el funcionamiento de los CIE escapa a la competencia municipal, se ha articulado una propuesta integral sobre lo mucho que se puede hacer para contribuir al cierre del CIE de Aluche y construir una ciudad en la que no se persiga a las personas por su situación administrativa. Todos podemos y debemos hacer algo, Algo tan simple como pinchar, leer y apoyar la propuesta en la página del portal https://decide.madrid.es/proposals/48 . Sí se puede.
- Maestras de vida IV: Luzmila Javorova - 27 de febrero de 2023
- Adam Smith y los cuidados - 15 de febrero de 2023
- Memorias transgresoras: Maestras de vida (III) Madeleine Delbrêl - 6 de febrero de 2023