Es el último disco de Rozalén un trabajo luminoso, un disco de renacer.
Cuando el río suena se abre con una canción deslumbrante, La puerta violeta, que apunta poéticamente ese camino de renacimiento. Tras el castigo, el desamor, las heridas, llega la liberación:
“Y dibujé
una puerta violeta en la pared,
y al entrar, me desplegué
como se despliega la vela de un barco…”
A partir de ahí, también el disco se despliega a lo largo y a lo profundo, combinando canciones de desamor, amor desigual o de mal querer, con la afirmación de nuevo rotunda del amor, respetuoso y bondadoso:
“Tienes en los ojos girasoles
Y cuando me miras, soy la estrella que más brilla…”
Pero, fiel a su estilo y a sus orígenes, María Ángeles Rozalén sigue combinando esas canciones de amor con otras que, sin dejar de serlo, tienen un carácter más social. Ahí tienen cabida tres historias conmovedoras de su propia familia.

La cantante Rozalén en una imagen promocional.
Una narra la desaparición de un tío abuelo, joven de la quinta del biberón que fue a la guerra y el único de su generación que no regresó al pequeño pueblo de la Sierra del Segura. Como en tantas otras familias, su ausencia dejó una herida profunda de dolor y añoranza, mayor en la medida en que no había ni una tumba que visitar ni unos huesos que identificar. La canción no lo dice, pero ella lo explica en directo en los conciertos: gracias a esa canción y con ayuda de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, los restos de su tío abuelo aparecieron y dieron un alivio a ese dolor antiguo.
Otra de las historias familiares también tiene que ver con su abuela, a la que la cantante sitúa en el primer lugar de su lista de agradecimientos. Ella acogió en su casa de ese pueblo de la Sierra del Segura, en Albacete, a un deportado vasco durante el franquismo, sin más preguntas que ésta: “Muchacho, ¿tú tienes madre?… No sé de dónde vienes, ni lo que hiciste ayer. Aquí tienes un techo, un plato en la mesa, esta será tu casa, Miguel.”
Y, finalmente, otra historia conmovedora: la historia de amor de sus padres, porque ella -lo cuenta en sus conciertos para introducir el tema- es hija de un sacerdote secularizado. La hija ha querido reivindicar esa peculiar historia amor de la que se hablaba poco en casa, poniendo música a la letra de Felipe Benítez:
“Y ese amor tan sagrado, tan callado,
tan secreto, tan contado, tan de dos
tan de nadie,
tan puro y de pecado, tan furtivo
y murmurado…”
Para seguir cultivando esa senda de amor, recoge el disco una única canción que no es de Rozalén: Volver a los diecisiete, de Violeta Parra. Un tema emocionante de la cantautora chilena que, aunque muy lejos en el tiempo, forma parte sin duda de su memoria emocional -porque debió oírlo mucho en casa- y que es también una reivindicación de la fuerza renovadora del amor:
“Lo que puede el sentimiento, no lo ha podido
el saber, ni el más claro proceder, ni el más ancho
pensamiento.
Todo lo cambia el momento cual mago
Condescendiente.
Nos aleja dulcemente de rencores y
violencias…
Sólo el amor con su ciencia nos vuelve
Tan inocentes.
(…)
El amor con sus esmeros al viejo lo vuelve
Niño.
Y al malo, sólo el cariño lo vuelve
Puro y sincero”.
Siguen teniendo todos sus temas ternura y profundidad y también cierta ligereza. En directo, el encanto personal de Rozalén se añade a esos méritos; un encanto que se ve reforzado por el de su compañera de escenario, traductora a la lengua de signos; o, mejor, intérprete, porque no solo traduce sino que baila con infinita gracia y delicadeza los temas que va vertiendo en signos y se convierte así en una inestimable presencia en el escenario junto a la autora. Si, además de escuchar el disco, pueden verlas en directo, no pierdan la oportunidad.