No suelo ir al cine a ver superproducciones de Hollywood. Sin embargo, por estas casualidades de la vida, acabé viendo Avatar (¡en 3D y todo!). Y me gustó. Más allá del entretenimiento y la espectacularidad, esta gran película de James Cameron esconde una profunda denuncia que, en el fondo, me sorprende que logre semejante éxito de taquilla… especialmente en EE.UU. (bueno, aunque los europeos también tenemos lo nuestro). Una de dos: o no se enteran de lo que la película les está contando en realidad, o les da completamente igual. Porque el público permite que este film le diga muchas cosas a la cara.
Avatar habla de la naturaleza amenazada, de la biodiversidad que sucumbe ante las fauces devoradoras de nuestras necesidades de consumo. Habla de cómo hemos perdido la conexión con el medio ambiente y vivimos ajenos a él en nuestras grandes ciudades, como si no fuera con nosotros, como si no pasara nada. Habla de cómo matamos todos los días a cientos de miles de animales para saciar nuestra hambre y nuestra avaricia, de cómo talamos árboles sin cesar, de cómo alteramos ecosistemas y establecemos cuotas de lo que es posible contaminar.
Tal y como dijeron bien claro en un comunicado de la ONG Survival, la película puede reflejar a los indígenas penan de Sarawak, en la parte malaya de Borneo, a los bosquimanos del Kalahari o a los Yanomami de la Amazonia. Pueblos que siempre han vivido en conexión con sus bosques y sus selvas, pero que ahora están amenazados por la tala y la minería.
Pero Avatar también recuerda sospechosamente a la República Democrática del Congo donde, al igual que en el planeta alienígena de la película, se esconden metales de inmenso valor. Materias primas imprescindibles para el desarrollo de nuestra civilización, como el coltán, gracias al cual funcionan nuestros teléfonos móviles. Incluso, los enormes alienígenas azules de la película hablan inglés con un maravilloso acento africano.
“Avatar nos hace darnos cuenta de que todo está conectado”, dijo el director de la película, James Cameron, al recibir dos Globos de Oro. Permítanme dudar de que el film haya hecho darse cuenta de algo al público de masas, más allá de la espectacularidad de las imágenes en 3D. Permítanme señalar que los niños que juegan al videojuego pueden elegir el papel de los invasores y aniquilar “extraterrestres”.
Parece que Avatar habla de humanos y alienígenas, pero en realidad habla de sólo humanos que vivimos en un mismo mundo. Porque, aunque no lo queramos reconocer, tan humana es la codicia y el odio como la solidaridad y la capacidad de sacrificio. Sólo es cuestión de elegir unas u otras. Y, en el caso de esta película, sólo es cuestión de abrir los ojos.