Gustavo Gutiérrez, líder de la teología de la liberación, piensa la teología como una práctica al servicio de los pobres desde una fe profunda en Jesús del Evangelio que conduce a un compromiso vivencial y exigente.

Como líder de la teología de la liberación, Gustavo no solo es un académico de talla internacional, no solo es parte sustancial de la renovación desde América Latina de una Iglesia comprometida con la causa de los pobres, también y antes que nada es un teólogo que piensa la teología como un “acto segundo”, que se asienta en una práctica al servicio de los pobres, desde una fe profunda en Jesús del Evangelio, en una fe que conduce a un compromiso vivencial y exigente. Por ello, a sus 95 años, su teología de la liberación sigue con total vigencia: una teología compleja que, desde el inicio, entiende la liberación en tres niveles de significación que se interpenetran recíprocamente: la liberación económica, social y política de pueblos y clases, la liberación de hombres y mujeres como personas y la liberación del pecado por Cristo como salvador (Gutiérrez 1996/1971: 113-114).
La teología no es solo una obra de razón, sino que abarca el conjunto de la vida. Gustavo la define como “una carta de amor a Dios”. Vivir en el amor de Dios es ser coherente con el compromiso con los insignificantes, con las personas vulnerables y olvidadas. El trabajo teológico no puede desprenderse de la calidez de las relaciones humanas, de la cercanía con los que sufren y de las acciones consecuentes frente a su dolor. Se asienta en el ser amigo de los pobres.
La teología no es solo una obra de razón, sino que abarca el conjunto de la vida
En el espíritu conciliar y posconciliar latinoamericano, Gustavo asume formas modernas de ver la realidad desde una afirmación teológica fundamental: no hay dos historias paralelas, una humana, profana, y otra sagrada, se trata de una unidad profunda, pues “creó Dios, al ser humano a imagen suya” (Génesis 1,27). Esta profunda unidad -e identidad- lleva a que “quien ama a Dios, ame también a su hermano(a)” (1Juan 4,21). Así, la reflexión teológica está llamada a discernir los signos de los tiempos y, al mismo tiempo, hacer presente nuestro encuentro con Dios en el otro, en la historia, forjando motivos de esperanza y estar “siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que les pida dar razón de nuestra esperanza” (1Pedro, 3,15). (Gutiérrez 2017)
En el proceso de conocer la realidad, Gustavo se apoyó en las reflexiones de las ciencias sociales de la época, incluyendo –para el horror de algunos- las que provenían del marxismo, aunque sin asumir nunca un estrecho economicismo ni tampoco sus principios filosóficos. Desde esa perspectiva amplia, ya desde su libro Teología de la liberación aparece la importancia de la cultura y su complejidad:
“El pobre tiene muchas veces una cultura con sus propios valores; ser pobre es un modo de vivir, de pensar, de amar, de orar, de creer y esperar, de pasar el tiempo libre, de luchar por la vida”. (Gutiérrez 1996/1971: 17)
Desde su interés por la historia, Gustavo tiene una reflexión profunda sobre el tema de la diversidad, inspirada en parte en la obra del escritor y antropólogo peruano José María Arguedas con quien estableció una profunda y mutua simpatía.
En diálogo con la obra de Arguedas, plantea:
“¿Pero en la apología de la particularidad qué espacio queda para la universalidad?” (Gutiérrez 1996: 372)
Reconociendo en Arguedas la particularidad de un autor andino, Gustavo va más allá:
“La universalidad humana en la que desemboca Arguedas, a partir del indio y el mestizo del Perú, lleva la marca del dolor y la esperanza, de la angustia y la ternura de los a veces considerados como un desecho humano.” (Gutiérrez 1996: 372-373).
Esa experiencia asumida intensamente por Arguedas debe ser también punto de partida de la teología:
“No tendremos un lenguaje vivo sobre Dios sin una relación lúcida y fecunda con la cultura de una época y de un lugar. Simultáneamente, las distintas teologías particulares deben establecer una estrecha comunicación entre ellas, puesto que intentan una palabra sobre realidades únicas que se sitúan en un mundo cada vez más interdependiente. […] Hablamos de una diversidad que acentúa y enriquece lo que hay en común.” (Gutiérrez 1996: 373-374).
Gustavo Gutiérrez ha sido y sigue siendo líder de un gran movimiento de renovación
Desde su compromiso vital con los pobres del Perú y de América Latina, Gustavo Gutiérrez asumió el debate teológico utilizando con libertad los recursos teóricos de la época e innovando desde ellos, siempre en fidelidad con la Iglesia y con su pueblo, con lo pobres convertidos en amigos, en miembros de una comunidad. Ha sido y sigue siendo líder de un gran movimiento de renovación de una teología puesta al servicio de las personas más vulnerables de la sociedad.
Felicito al Sac. Gustavo Gutiérrez por su apostolado y por la vivencia plasmada en su obra que he leído y meditado desde 1970, por ediciones Sígueme. Que Dios conserve muchos años al P. Gutiérrez.