Es momento de seguir renovándonos por dentro, de avanzar, de adentrarnos en el significado auténtico que supone para nosotros y nosotras la entrega absoluta y confiada a lo divino; es dejarnos seducir nuevamente por ese amor inagotable. Este sentimiento profundo que ya no tiene nada que ver con el enamoramiento inicial, con el arrobamiento de la primera mirada, del primer encuentro. En este grado, hemos conocido la corriente de agua que inunda nuestro ser, que lo completa, le hace volar, lo arrastra y, al mismo tiempo, le calma, le da temple y aliento; le besa con la dulzura de una madre y con la pasión del amante. Hace mucho tiempo que el alma perdió su capacidad de vuelta atrás a su realidad vacía de sentido. Hace mucho tiempo que su sentido se colmó de valor incalculable.[quote_right]Hemos conocido la corriente de agua que inunda nuestro ser y, al mismo tiempo, le calma[/quote_right]
Desde aquel encuentro quedó transformada desde la entrañas. Le vienen a la memoria aquellos momentos de pánico, en los que tuvo que arrastrarse para mendigar gotas de agua viva, para luego esforzarse por extraerla de lo hondo del pozo de sí misma. Tuvo que sentir las llagas en sus manos por el esfuerzo del arado. ¿Estaba haciendo lo correcto? ¿Habría tomado la decisión adecuada al dejarse llevar por aquella voz interior? Ahora ya sí está segura. Y queda liberada de todo aquel sufrimiento, de todas aquellas dudas. Ahora puede sentir esa “Agua corriente de río o de fuente, que riega con mucho menos trabajo…quiere el Señor ayudar al hortelano” (V 16).
El amor sale a nuestro encuentro una vez más, para darnos consuelo en la batalla librada hasta llegar hasta aquí. Seca nuestra frente y reconforta nuestros pies cansados. Ahora, por fin, es tiempo de descanso, del disfrute del sorbo revitalizador bajo la amplia sombra merecida y fresca.
La experiencia de la gracia es mucho más clara e intensa que en los grados anteriores; sentimos esa especie de “adormecimiento” respecto a todo lo creado que ya ahora nos importa en su justa medida.[quote_left]Ya hemos aprendido a mirar con nuevos ojos, a experimentar con una nueva piel[/quote_left]
El alma diríase que desea y se siente cautiva de un solo amor. La Santa lo califica como “glorioso desatino y celestial locura” (V 16,1-2). Pero aún seguimos teniendo capacidad y soltura para movernos por la vida, aunque la mejor parte de nuestra alma permanece unida a lo alto. Viviendo intensamente (V 16,2). “Toma la voluntad y el entendimiento, porque ya no discurre y está sintiendo en lo más profundo del alma, gozando, como quien mira, y ve tanto que no sabe a dónde ha de mirar” (V 17,5).
Nuestra mirada a estas alturas también se ha agudizado y nos permite utilizar nuestra intuición nueva para discernir entre aquello que nos hace crecer y lo que nos destruye. Ya hemos aprendido a mirar con nuevos ojos, a experimentar con una nueva piel, permeable a la emoción, imperturbable para el dolor y el miedo; hemos aprendido a acariciar con manos nuevas, a caminar con pies nuevos hacia direcciones desconocidas. Hace mucho tiempo que somos personas nuevas. Ahora nos sentimos y nos mostramos seres nuevos en plenitud.
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