Barrio de Entrevías, en el distrito madrileño de Vallecas. La parroquia de San Carlos Borromeo, conocida por su incondicional acogida a quienes lo necesitan, tiene aspecto de ermita, con su espadaña cobijando una campana y su tejado a dos aguas. Detrás de la puerta principal uno se encuentra a dos mujeres ordenando cientos de prendas de vestir, porque es miércoles y mañana jueves viene la gente a recoger algo para, en estos días de enero que aprieta el frío, abrigarse un poco más, cuando en casa no hay calefacción o porque hay que pasar la noche quién sabe dónde.

El nuevo mural de San Carlos Borromeo junto a sus artífices. FOTOS / Nacho Igartua
Frente a ellas, un mural que ha estado ahí desde casi siempre, pero a quien lo vez por primera vez le llama la atención todo: la figura central, un cuerpo desnudo de espaldas, mirando hacia la luz; las que tiene a ambos lados, una mujer con un niños y un anciano con ¿una niña? en su regazo, ambos con aspecto latino; en un extremo un cayuco repleto de seres humanos, en el otro una valla metálica a la que se dirigen unas personas cargadas con un fardo; el colorido dominado por la luminosidad y la acogida que transmite el azul predominante.
Y es que la parroquia tiene un nuevo mural. Después de trece años, el pasado junio se decidió que era hora de renovar el que había pintado Gerardo Gutiérrez –ya fallecido-, entre otras cosas porque estaba muy deteriorado con el paso del tiempo. Chelo, la secretaria e impulsora de la renovación, comentó que estaba muy estropeado, que había que hacer algo y se lo dijo a Javier Baeza, responsable de la parroquia, quien propuso tratarlo en una asamblea. Como siempre, cada cual aportó sus ideas.
Pintura colectiva
Una vez aceptada la “renovación” del mural, se le planteó a José Luis Sampayo, que da un taller de acuarela en la parroquia un lunes cada dos semanas, que propusiera un boceto de lo que se podía hacer. Según él mismo dice, “la verdad es que el resultado poco tiene que ver con la idea primera, porque esto ha sido una pintura colectiva. Todo lo que me han ido diciendo lo he tenido en cuenta”. Él ha coordinado el trabajo para que las manos de Arturo, Andrés, Pedro, Merche… fueran la prolongación de los pinceles, las espumas, los propios dedos hasta llegar al remate final, el 16 del pasado diciembre.
La figura central del mural sigue siendo un cuerpo desnudo de espaldas frente a luz. Habrá quien la recuerde porque fue la portada del libro de Dios es ateo, escrito hace veinte años por Enrique de Castro, alma mater de esta parroquia. Una figura que recuerda aquello que él mismo escribió en otro libro, La fe y la estafa, diciendo que “Jesús pone al ser humano desnudo por encima de la ley y el señor del sábado, es decir, centro del culto. La persona misma es el templo de dios”.
Cuando uno se fija, la figura, desde los hombros hasta las piernas, aparece con gran cantidad de cicatrices, como si hubiera sido flageado. Según José Luis, “en realidad se trata de aprovechar los desperfectos que ya tenía la pared. Lo que hemos hecho ha sido resaltar con color esas rugosidades”. Aquí se sabe mucho de los latigazos que da la vida en la marginalidad, la pobreza, el abandono, la injusticia… También se han mantenido las figuras de una mujer y un anciano, al que se le ha añadido un bebé en el regazo. En los lados, donde antes había unas flores y una mano con una postura extraña, ahora hay un cayuco y la valla -¿Ceuta y Melilla?- que separa el sur del norte.
El trabajo se ha alargado porque se ha tenido que hacer a ratos sueltos, con el verano de por medio. Se cubrió con pasta blanca todo lo que se iba a quitar y sobre ella de hizo el dibujo, que Arturo lo domina muy bien. También ha tenido su dificultad el tamizado de los colores, que no es fácil con la pintura acrílica que se ha empleado. Asimismo, se ha cambiado la rotulación del mensaje, ya que en el mural primitivo decía “He venido a liberar a los presos”. Ahora se ha quitado la palabra “presos” para que quede abierta la liberación para muchos más: inmigrantes, perseguidos, homosexuales, lesbianas, pobres, niñas y niños…
Un mensaje político
Para José Luis, “el mural es muy representativo. Tiene mucho de las personas que están aquí. Creo que tiene un mensaje político”. Arturo sentencia que “estos son los olvidados del mundo”. “Es un signo de identidad de la comunidad”, dice Javier Baeza, quien añade que “es una actualización de realidades que hoy y que aquí vivimos de una manera muy presente. La frontera sur está muy presente en la vida cotidiana del barrio. Mucha gente que anda por aquí ha vivido todo esto”.
José Luis recuerda el día de la “inauguración” del mural. Estaba cubierto con una sábana blanca. Llegó cuando ya empezaba la misa. Javier dijo a la asamblea que él era el “autor” y explicó un poco lo que se había hecho. “Cuando destaparon el mural, dice José Luis, me pareció que había cambiado el que habíamos dejado a las once la noche del día anterior. Tenía una luz especial. La verdad es que fue muy emocionante”.
Como es fácil deducir, aquí nadie ha cobrado. Todos se sienten retribuidos con lo que han disfrutado y con la mucha amistad que ha surgido entre todos, incluidos los chavales que echaron una mano en cualquier momento.
Entre risas, aseguran que el próximo objetivo va a ser renovar las letras intercaladas entre las ventanas de la parroquia y que desde hace muchos años lanzan un grito único: ¡Libertad!
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