“Somos como esos viejos árboles,
batidos por el viento que azota desde el mar.
Hemos perdido compañeros, paisajes y esperanzas
en duro batallar.
Vamos a echar nuevas raíces por campos y veredas
para poder andar.
Tiempos cubiertos con las manos,
los rostros y los labios de la fraternidad”.

Me sucedió también cuando nos dejó hace unos meses otro grande, Enrique de Castro, que me vino a la mente y al corazón esta canción de José Antonio Labordeta que, aunque él la refiere a las recias gentes aragonesas, bien pudiera también aplicarse a este tipo de personas como Mariano, Enrique y tantos otros que han sido y son “como esos viejos árboles”, inasequibles al desaliento, firmes en sus convicciones, honrados y coherentes a carta cabal. Les hemos perdido físicamente y eso nos llena de tristeza, ciertamente, pero estoy seguro de que a ellos no les gustaría nada que nos quedáramos lamiéndonos las heridas de la nostalgia de un tiempo que ya pasó, y no siguiéramos adelante siendo fieles a la realidad y a los retos que esta nos plantea en el momento presente: “Vamos a echar nuevas raíces por campos y veredas para poder andar”.
Conocí a Mariano Gamo allá por los años 76-77, en plena época de la transición, recién llegado yo a Vallecas con un grupo de jóvenes pertenecientes a una congregación religiosa que vinimos a vivir nuestra vocación humana, cristiana y religiosa insertos en la vida y en la realidad de un barrio. Ese conocimiento se produjo gracias a Manolo Ramos, cura por aquel entonces en la parroquia de San Eulogio, de Villa de Vallecas, compañero de fatigas y de militancia social, política y eclesial de Mariano Gamo. Por aquel entonces, Mariano llevaba ya bastantes años de brega y estaba muy curtido en mil batallas: párroco durante muchos años en la parroquia de Nuestra Señora de la Montaña, en Moratalaz (“La Casa del Pueblo de Dios”); detenido y encarcelado en la cárcel de Carabanchel y en la cárcel concordataria de Zamora; comprometido con la clase obrera y popular; fiel y radical seguidor de la causa de Jesús y de la causa del pueblo, en la línea del Concilio Vaticano II; impulsor de las comunidades cristianas populares y de un estilo de Iglesia que ya venía despuntando desde años atrás y que rompía con los viejos moldes de una Iglesia ligada al franquismo… Tiempos de “duro batallar” en los que bastantes parroquias, curas y comunidades se pusieron al servicio de la gente que iba llegando a los barrios periféricos de las grandes ciudades, ofreciéndoles unos espacios en los que poder reunirse cuando estaba prohibido el derecho de reunión y asociación y en los que poder vivir y celebrar una fe enraizada en la realidad.
Siempre me llamaron poderosamente la atención el verbo fluido de Mariano, su vasta cultura, su vena literaria, poética y musical, la firmeza de sus convicciones, su compromiso sin fisuras, su honradez y su fidelidad a la transformación de la realidad en favor de los más débiles y excluidos de la sociedad. Él insistía mucho en que las personas tenemos que ser siempre motores de cambio y no permanecer anclados en los viejos esquemas. Lo viejo y lo nuevo, desde la información, como lector incansable que era, preocupado por la lectura y la formación en la Iglesia y en la sociedad.
Fiel a esos planteamientos, su compromiso fue variando en función de las circunstancias, pero siempre al servicio de las mismas causas: diputado por Izquierda Unida en la Asamblea de Madrid, sindicalista en los diferentes sectores en los que trabajó. Toda esa línea evolutiva en el compromiso de Mariano está muy bien descrita por Juan Antonio Delgado de la Rosa en su obra “Mariano Gamo, testigo de un tiempo. Entre cristianismo y marxismo, y viceversa”, publicado en Endymion.
Quienes le han conocido y tratado más de cerca, particularmente en los últimos años de su vida, destacan también su capacidad de autocrítica y su sentido del humor para reírse incluso de indiscutibles asertos, defendidos en algún momento, y para replantearse formulaciones, que no principios ni valores. Ha sido frecuente en este último período la humilde alusión a las miserias humanas que tanto mediatizan los logros.
Con el paso de los años y ya jubilado, Mariano se incorporó a la parroquia de Santa Irene, en Vallecas, donde estaba Carlos Jiménez de Parga. Ambos se consideraban amigos y hermanos. Ahí ha estado participando con otros compañeros curas en diversas actividades. “La Coral de Santa Irene, humilde en todos los sentidos, fue su última actividad y se la tomaba como si fuéramos la mejor selección entre los músicos, lo cual provocaba muchos momentos de hilaridad y disfrutábamos mucho”, nos cuenta Angelines, una persona de la parroquia cuyo testimonio ha sido esencial en este relato. También era un asiduo participante en las reuniones de curas de nuestro Arciprestazgo de Nuestra Señora de la Peña y de San Felipe Neri y en las de la Vicaría IV de Vallecas en las que nunca faltaban su discurso y su reflexión.
Y ya para ir terminando esta semblanza cariñosa de Mariano, creo que lasmejores palabras con las que se puede concluir son las que pronunció Angelines, la persona antes mencionada, que le ha estado acompañando en los últimos meses de su enfermedad, al finalizar la eucaristía que presidió en el tanatorio uno de los obispos auxiliares de Madrid, Don Jesús Vidal:
“Estamos aquí unos cuantos de quienes hemos conocido, querido o seguido a Mariano. Sabemos que no era partidario de pompas fúnebres. No lo haré. Nos quedaremos con lo que cada cual sabe, valora o ha vivido con él. Sólo diré dos cosas:
En la semana que empezó a experimentar que se iba, quiso cantar/escuchar, de Tomás Luis de Vitoria, Caligaverunt oculi mei, un responso de Viernes Santo, cuya traducción en parte es: “mirad los que pasáis y ved si hay dolor semejante al mío”; y un fragmento de Las Lamentaciones de Jeremías, porque le estaba costando irse.
La otra, a mi pregunta de dónde quieres estar, contestó con voz pausada, entrecortada y repetitiva: Imaginativamente…, pues imaginativamente, en el paraíso con Jesús. Y en el osario con Jesús, porque creo, metafóricamente, que Él está en el osario común donde están los condenados a muerte. Y después de alguna reflexión más personal, una afirmación hecha en otras ocasiones: ¡Me voy como hijo de las dos Españas!. Lo recordamos, fiel amigo de todos, bueno con todos. ¡Y su sentido del humor!”.
Muy importante este último servicio de Mariano a la reconciliación de las dos Españas, él cuyo padre fue fusilado por un destacamento del Frente Popular y, sin embargo, no cayó en el odio y en el rencor, sino que perdonó y trabajó por la paz y por la justicia en nuestro país.
¡MUCHAS GRACIAS POR TODO, MARIANO!