La contribución de las religiones a la paz

Entre los días 10 y 13 de septiembre se celebró en el Salón de Actos de Comisiones Obreras de Madrid la 35ª edición del Congreso de Teología, organizado por la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII. Como cada año, allí estuvimos buena parte del equipo de alandar, para dar a conocer la revista y para participar en las mesas redondas y ponencias.

El tema elegido para este año fue «Las religiones: violencia y caminos de paz» y en la programación fueron muchas las palabras que nos interpelaron y nos impulsaron a actuar. Entre ellas la de Javier Melloni, jesuita y experto en mística oriental y en diálogo oriente-occidente, que cerró el congreso con una charla sobre la contribución que las tradiciones religiosas hacen a la paz.

[frame src=»/wp-content/uploads/2015/10/pag12_creyente2.jpg» link=»http://www.alandar.org/wp-alandar/wp-content/uploads/2015/10/pag12_creyente2.jpg» target=»_blank» width=»300″ height=»» alt=»35º Congreso de Teología. Foto. Cristina Ruiz» align=»left» prettyphoto=»false»]Hizo Melloni dos precisiones antes de adentrase en la contribución a la paz de las tradiciones religiosas. Una, referida a la vinculación entre los monoteísmos y la violencia: “Confundir el que solo haya un Dios con que mi idea de Dios es la única, de ahí procede la violencia del monoteísmo: el que mi criterio de unicidad no esté en Dios sino en ‘mi idea’ de Dios, esa apropiación es lo que genera violencia”.

La segunda se refiere al modelo de diálogo interreligioso, que debe dejar de estar basado en el modelo de la conversión, que implica la absorción del otro, eliminando su alteridad. De ese modelo, basado en la noción de verdad, hay que pasar a otro basado en el criterio de la sabiduría. Es decir, si lo que vamos sabiendo nos hace “ser” más en apertura a los otros y al Otro. De modo que lo que está en juego no es la conversión, sino la traducción de nuestros códigos de creencias, para que las religiones, lenguajes de lo absoluto, permitan la comunicación entre ellas.

[quote_right]Todas las religiones tratan de desactivar el instinto violento para que haya otra alternativa para resolver los conflictos[/quote_right]

Todas las religiones tratan de desactivar el instinto violento para que haya otra alternativa para resolver los conflictos que no sea la destrucción, sino el reconocimiento del otro. En ese camino destacan cinco aportaciones principales. La primera es el aprendizaje de la contención. No podemos vivir prisioneros de nuestras hambres, no solo de nuestras hambres reales sino también de las imaginarias, que son mucho más peligrosas porque no se satisfacen nunca. Sostener y contener nuestras hambres es una propuesta que aparece en todas las tradiciones religiosas, como ascesis; contener nuestras pulsiones de autoafirmación que acaban invadiendo el territorio ajeno.

La contención afecta a todas nuestras pulsiones internas pero, sobre todo, a la pulsión capitalista básica según la cual para “ser” más tenemos que “tener” más. Por tanto, la contención y el aprendizaje de lo que son nuestras verdaderas necesidades (¿necesitamos tanto?) nos convierte en personas libres, distanciándonos del objeto de nuestro deseo. Y más justas, atentas al reparto de los bienes y al uso de los recursos.

En el aprendizaje de esta potencia, oriente ofrece algo que es nuevo (o menos acentuado) en nuestra tradición, que es la observación consciente de nuestras pulsiones y que destacamos como segunda aportación. Observar nuestras sensaciones, nuestros sentimientos y también los pensamientos, nos permite establecer una distancia con ellos. El camino budista insiste en esa des-identificación para crear un espacio de libertad y paz interior. El autoconocimiento nos hace más capaces de entender el dolor propio y ajeno. Observar para identificar, comprender y amar. Comenzar humildemente por identificar nuestro propio dolor: somos la primera tierra de observación. Para no fijarnos en la paja en el ojo ajeno cuando ignoramos la viga en el propio.

[quote_left]El autoconocimiento nos hace más capaces de entender el dolor propio y ajeno[/quote_left]

De ahí deriva otra aportación clave: la propuesta noviolenta. La noviolencia es un proceso muy profundo de adentramiento en nuestra propia humanidad para ser capaces de identificar nuestros sentimientos violentos y poder transmutarlos. Como dijo Atenágoras: “Hay que hacer la guerra más dura, que es la guerra contra uno mismo; hay que llegar a desarmarse… Estoy desarmado de la voluntad de tener razón, de justificarme descalificando a los demás. No estoy en guardia, celosamente crispado sobre mis riquezas. Acojo y comparto. No me aferro a mis ideas y a mis proyectos. He renunciado a las comparaciones. Lo que es bueno, verdadero, real, para mí siempre es lo mejor. Por eso ya no tengo miedo. Cuando ya no se tiene nada, no se tiene temor. Si nos desarmamos, si nos desposeemos, si nos abrimos al hombre-Dios que hace nuevas todas las cosas, se nos da un tiempo nuevo donde todo es posible: la paz”.

Otra de las aportaciones resaltadas por Melloni es la manera en que las religiones regalan a sus comunidades –y a la humanidad entera– gestos y relatos de reconciliación. Un gesto es la destilación de un movimiento que tiene la capacidad de elevar al grado de conciencia que este gesto anuncia. En nuestra tradición, el gesto por excelencia de sanación de la memoria es la eucaristía: el gesto cristiano convierte en un lugar de redención lo que fue la traición de un amigo y el sacrificio de un hombre puro. Allí donde podíamos estar instalados en el dolor y el odio, la misma noche de la traición y la pérdida se convierte en la noche de la redención y de la reconciliación. Por lo tanto, lo que ofrecen las religiones son interpretaciones de lo que vivimos con una luz nueva. Generar gestos y relatos que curen nuestra memoria y que cuiden nuestras reacciones para convivir con la alteridad es lo que las tradiciones religiosas ofrecen con sus ritos -y sacramentos, en nuestro caso.

[quote_right]Para llegar a la reconciliación ha de haber perdón y el perdón es el poder de la víctima[/quote_right]

Todo ello nos lleva a la quinta aportación clave: el perdón y reconciliación. Para sanar el corazón personal y comunitario de las agresiones, cometidas o recibidas, para que salgamos de la rabia y el resentimiento -que son procesos de re-victimización- y podamos curarnos. El perdón es el privilegio de la víctima, es lo más noble que la victima puede dar para liberarse de su propio rencor y para reencontrar al otro, aunque el otro todavía no sea capaz de encontrarse con él; porque perdón y reconciliación no son la misma cosa: para que haya reconciliación debe haber camino de ida y vuelta entre la víctima y el victimario. Pero para llegar a la reconciliación ha de haber perdón y el perdón es el poder de la víctima. Solo ella puede perdonar. Y es lo que hace Jesús: en nombre de todas las víctimas de la humanidad, perdona. De ahí nace la humanidad nueva: ese es el poder de la nueva humanidad, el perdón.

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