
Así, a bote pronto, no reparo en temas que no hayan sido abordados por Francisco en estos diez años de pontificado. Recurriendo al dicho, podría afirmarse que nada de lo humano le es ajeno. Pero tampoco lo divino, aunque haya despojado a ese negociado de oropeles, para disgusto de puntillas puntillosos.
Hay un amplio catálogo de asuntos sobre los que ha dejado su impronta. Desde los efectos de destrucción masiva del mero cotilleo a para poner el discernimiento al alcance de todos; desde poner patas arriba la pastoral familiar con una simple nota al pie en Amoris laetitia a reivindicar la no reglada pastoral de la ternura intergeneracional; de cantarle en la cara de Occidente las vergüenzas de su neocolonialismo rampante, a poner en la primera página de quienes tuvieron el coraje suficiente para seguirle, la geografía de las periferias dejadas, nunca mejor dicho, de la mano de Dios; de abrir las puertas de la Iglesia a quienes se habían acostumbrado a mirar desde fuera por miedo a que los señalasen, a despojar de argumentos los fanatismos travestidos de religiones; de insistir a sus colaboradores, obispos, cardenales y demás funcionarios de lo sagrado que no hay mejor tratado de teología que el testimonio de vida, a llamar a consultas a todo el pueblo de Dios para dejar constancia de lo que sueña, aunque la concreción se quede por el momento por el camino del éxodo; de poner la santidad a la altura de la puerta de al lado, a arremangarse hasta donde le deja la estrecha manga canónica sobre el diaconado femenino o los viri probati; de poner la otra mejilla para que la pusieran roja de cardenales, a besar los pies de los poderosos en nombre de la paz…
Lo humano y lo divino, pues, al alcance de todos y con el mérito añadido de ser capaz de introducir esos temas, siempre netamente con sabor evangélico, en la agenda comunicativa internacional. En los tiempos de la inteligencia artificial (sí, también la ha abordado), cuando se achica por todas partes el lugar para lo sagrado, el papa argentino se ha convertido por méritos propios en un ineludible referente internacional, un líder moral que no duda en plantarse en la embajada rusa tras la invasión de Ucrania, pero no le aceptan el órdago porque saben que sus argumentos son tan irrebatibles como falaces los de quienes tocan a rebato.
En este nuevo crepúsculo de los dioses, el “representante” de uno de ellos en la tierra no oculta su vulnerabilidad y se deja llevar a la vista de todos en una silla de ruedas que es la imagen aterrizada y del nuevo tercer milenio de la silla gestatoria. En esos trayectos donde va adonde otros le llevan hay escrita una nueva forma de ejercer el primado que los más sencillos entienden mucho mejor que los doctores de la ley. Por eso, cuando falte Jorge Mario Bergoglio y -lo que no es imposible- puedan venir otros que quieran seguir rumbos distintos, será difícil que no perdure en la memoria de la mayoría la amplia teología de los gestos que ha practicado Francisco, escandalosamente tan distinta de sus antecesores más inmediatos, sobre todo del gran tímido Benedicto XVI o de la meditada puesta en escena de Juan Pablo II.
Podría enumerar sus encíclicas, exhortaciones pastorales, postsinodales, reforma de la curia, toques de atención a los gourmets de la liturgia o los ineludibles discursos a sus curiales donde se fue acrisolando la resistencia a su pontificado. Nada de ello, siendo de un valor incuestionable, podría hacer sombra a su contundencia en la lucha contra la lacra de los abusos sexuales en la Iglesia. Como le sucedió al propio Joseph Ratzinger, tampoco el anciano de 76 años que fue elegido cuando el alemán dijo ya no puedo más, estaba preparado para gestionar un escándalo tan arraigado como antievangélico. Sin embargo, hizo de tripas corazón y aunque, a veces, el asunto se le hizo bola, sus motu proprio al respecto o la histórica cumbre de todos los presidentes de las conferencias episcopales del mundo en el Vaticano han marcado una senda que solo pueden ignorar quienes no quieren abrir los ojos.
Con todo, de estos diez años de pontificado, el cambio que más curiosidad me ha suscitado ha sido el que se operó en el mismo arzobispo emérito de Buenos Aires nada más saber que no iba a salir de la Capilla Sixtina de la misma forma en que había entrado aquel marzo de 2013. Fue aquella metamorfosis la que le llevó a pedir en su primer saludo a los fieles su bendición con una inclinación de cabeza. Fue su propia ‘conversión relacional’ la que le cambió el rictus amargo por la sonrisa perenne. Valgan para ilustrar el cambio operado las fotografías en blanco y negro que mostraban al primado de Argentina sentado en un autobús o en el ‘subte’, en esos trayectos que hacía por la ciudad o rumbo a las villas miseria. Su rostro era serio, mirando a la cámara que, obviamente, sabía que le estaba fotografiando, en un gesto que no disimulaba un punto de dureza. «Debería sonreír a los medios», le recomendaba sutilmente un sacerdote de confianza, sabedor del poder de la imagen. No le hizo nunca caso. No tenía motivos, le dijo.
Él mismo parecía muy consciente de que su imagen adusta imponía a los demás. Estaba marcado por su polémico mandato como superior de la Compañía de Jesús en Argentina. Fueron tiempos de difícil probatura para el jesuita. Pero bajo los frescos de Miguel Ángel se había operado la misma sensación que le producía, cada vez que iba a la iglesia de San Luis de los Franceses, en Roma, la contemplación de La conversión de Mateo, de Caravaggio: como el apóstol, tampoco él podía escapar de la llamada, dirigida hacia él con nombre y apellidos.
La respuesta la dio él mismo en la primera gran entrevista que concedió, en agosto de 2013, a la La Civiltà Cattolica. Antonio Spadaro, director de la publicación, cuenta el momento en el que el papa comienza a hablarle de sí y de su elección. «Me dice que cuando comenzó a darse cuenta de que podría llegar a ser elegido -era el miércoles 13 de marzo durante la comida- sintió que le envolvía una inexplicable y profunda paz y consolación interior, junto con una oscuridad total que dejaba en sombras el resto de las cosas. Y que estos sentimientos le acompañaron hasta su elección».
Y, por lo que se ve, hasta el día de hoy, donde en muy pocas ocasiones ha dejado de irradiar aquello que él mismo anotó en un pequeño papel para sugerírselo en el cónclave a los cardenales electores, como una de las características que debería tener el nuevo Papa: «La dulce y confortadora alegría de la evangelización», al modo de su admirado Pablo VI. El verdadero motor de su reforma.
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El Papa Francisco trabaja para cambiar todo lo que a su juicio está equivocado en la Iglesia Católica. Dios le ilumine y bendiga. Creo que en esa tarea podrá santificarse personalmente y en los demás lograr que sigamos su buen ejemplo.
A nivel personal, creo que es una gran persona, un gran cristiano; pero para asegurar sus intuiciones reformistas, creo que hacen falta también algunas reformas estructurales a nivel eclesial, que sean concreciones de las reformas emprendidas. De lo contrario, puede venir una nueva ola conservadora y tirar al traste con todo lo que ha intentado el Papa Francisco.
En este milagro que el Papa Francisco ha hecho «con su propio mérito» pues no me admira personalmente. En este articulo del Sr. José Lorenzo no entiendo ni veo, necesitaría que después de que pare el ventilador que ha puesto en marcha con su artículo del Papa Francisco y que ha levantado tanta polvareda se pare y se vayan aclarando las cosas, porque a Dios no lo encontramos en Cátedras de humo sino en Cátedras de Paz desde donde se comunica con nuestras Almas . Para mí , todos los Papas que he conocido fueron ejemplares y no me gusta compararlos entre sí porque el Señor les dotó a cada uno del Carisma que profesaron. Ahora tenemos a Francisco y esperemos que con el Carisma que haya recibido de Jesucristo culmine su tiempo de vida en beneficio de toda la Cristiandad y sea un ejemplo a seguir para toda la humanidad. Debemos ayudar a nuestro Papa Francisco con nuestra Oración y trabajo porque lo necesita de verdad . Todo el poder está en Dios ,ésto lo debemos tener siempre presente.
Me gustaría que el Papa Francisco aprobechara la ocasión para tener un encuentro con la embajadora Celaá y tratará los temas de la «La ley del aborto» aprobada por el Gobierno de España , los temas de la Libertad y derechos de enseñanza de la Religión Católica etc… además de permitir lo de la exhumacion de quién libró a los Cristianos Españoles de un verdadero y sádico exterminio y colaboró toda su vida con la Iglesia Católica