
Ilustración Pepe Montalvá
En el imaginario religioso y espiritual está muy extendida la imagen de la vida cristiana como un camino hacia la perfección. Un camino lleno de obstáculos que la persona debe ir superando. ¿Cómo? Luchando contra todos -y todos es todos- los defectos y pecados que impiden alcanzar dicha perfección, esforzándose todo lo posible y lo imposible para lograrlo.
Es un imaginario que puebla a numerosos cristianos, llevándolos a una guerra sin cuartel, experimentando con frecuencia la frustración de no conseguirlo o de no ser lo suficientemente buenos, perfectos o santos que deberían ser. Qué malas pasadas nos ha jugado esta espiritualidad cristiana inspirada en categorías de perfección y no de plenitud. Unas categorías profundamente arraigadas que distorsionan nuestra escucha del Evangelio, tergivesándolo hasta la deformación. Unas categorías que han dado lugar a formas de vida cristiana que resulta razonable preguntarse si lo que hemos entendido es lo que se nos quería decir.
[quote_right]Qué malas pasadas nos ha jugado esta espiritualidad cristiana inspirada en categorías de perfección y no de plenitud[/quote_right]
Enfrentados al “deber ser”, muchos cristianos sienten la desproporción entre sus esfuerzos y los logros obtenidos. Las expectativas son altísimas: el ideal de la perfección. El sentimiento de culpabilidad, compañero de camino infatigable, no tardará en hacer acto de presencia, recordando una y otra vez que si uno no se esfuerza lo suficiente es por pereza, negligencia o soberbia. Ante semejante panorama, consejeros espirituales bienintencionados animarán a no desfallecer, a seguir intentándolo, a confiar en Dios.
Pero este no es el único imaginario. San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, habla de la “diversidad de espíritus” que mueven a la persona y le llevan a dar pasos en una dirección u otra. El “buen espíritu” inspira pasos para vivir lo más evangélicamente posible. Se trata de “más” pero también de “posible”. Parece un equilibro difícil de vivir. Hay personas a las que esto de “lo posible” las llevará a hacerse más de una pregunta: ¿Seré señalado de laxista? ¿Me estaré relajando? ¿No dice la Escritura que para Dios no hay nada imposible?
Junto al “buen espíritu”, San Ignacio habla del “mal espíritu”, que hace todo lo posible para impedirnos que nos adentremos en la plenitud de vida según el Evangelio: perder que te hace ganar, ser último que te pone primero…
Esta “diversidad de espíritus” parece situarnos ante otro imaginario que no tiene que ver con un camino ascendente y en línea recta hacia la anhelada y deseada perfección. Más bien parece indicarnos que en el seguimiento de Jesús vamos experimentando “mociones espirituales” -movimientos, impulsos- que nos hacen oscilar. Algo así como si fuéramos dando bandazos, yendo “de la ceca a La Meca”…
[quote_right]Ser conducidos por el Espíritu de Dios nos hace ir a “la zaga de su huella”[/quote_right]
Esa diversidad, esa alternancia no es siempre algo cómodo de manejar y casi se preferiría la claridad de la meta de perfección. Sin embargo, ser conducidos por el Espíritu de Dios nos hace ir a “la zaga de su huella”, en palabras de Juan de la Cruz. Y de eso se trata: ir detrás del rastro que deja y no delante, buscando, rastreando las señales con las que nos indica hacia dónde encaminarnos.
Y es que no es lo mismo buscar la realización de la propia perfección que buscar el rastro del Espíritu, disponerse a seguirlo y dejarse conducir por él. Sea como sea, en la búsqueda de su rastro nos encontraremos con todo y de todo, dando bandazos, experimentando diversidad y alternancia.