¿Quién, siendo estudiante, no se ha acostado alguna vez deseando que al día siguiente no hubiera clase?; ¿Quién no ha deseado que la nieve, un terremoto o un meteorito hiciera desaparecer ese examen que no llevábamos tan bien como nos hubiese gustado?

Por desgracia el sueño se ha cumplido. No ha sido un meteorito, sino un enemigo igualmente poco esperado, el que ha hecho desaparecer las aulas. De hecho, el sueño o más bien la pesadilla se lleva cumpliendo desde hace más de sesenta días y ya desde los primeros, podemos decir que echamos de menos nuestras clases, nuestros institutos y universidades.
Los echamos en falta no solo porque los sistemas de ecuaciones se entiendan mejor con la profe cerca en vez de delante de una pantalla, o porque en clase nadie se pierde la poesía de Garcilaso, ni siquiera quienes menos recursos tienen, o porque echemos de menos la visión madura de nuestro tutor acerca de la idoneidad de nuestro TFG, o el poder hacer las prácticas en el colegio en el que estudiamos la primaria. Tampoco es solo porque salir de casa y pisar nuestros centros supondría desconectar un poquito de las incertidumbres que nos devoran y preocupan con mayor intensidad estos días: pérdidas de seres queridos, sentimientos de soledad y vacío, conflictos familiares, incertidumbre laboral y económica de nuestras familias, falta de recursos/servicios hospitalarios, falta de ayudas para las personas más vulnerables, etc.
Deseamos volver a nuestras aulas porque en ellas, en su rutina, suceden cosas “mágicas” y que, aunque pasan inadvertidas, hacen que ir a clase merezca la pena. Son pequeñas cosas que nos dan la oportunidad de ensayar y crear -a escala muy pequeña- la sociedad que verdaderamente deseamos y que dan “magia” a nuestras aulas y a nuestras vidas. Las añoramos tanto o más como quedar con nuestros colegas en el local, o quedar con las amigas en el salón o ir a los entrenamientos semanales. Ese “remusguillo” que sientes antes, durante y después de hacer algo que se sale de la rutina, apuntan a que la vida puede ser de otra manera; más justa y solidaria y también más respetuosa con los más débiles y el planeta.
Lo sabemos quiénes nos atrevimos, con todos los miedos e inseguridades del mundo, a proponer a sus tutoras de 3º ESO, dinamizar ellas mismas una sesión de tutoría, para sorpresa de profes y del resto de compañeros y compañeras. Lo sabemos quiénes preparamos con mucha ilusión 2 dinámicas acerca de la igualdad de género, en las que hubo dificultades, pero, mirándolo con cierta hondura, mereció la pena. Valió la pena, no porque convencieran a nadie; sino porque se atrevieron aun a riesgo de ser señaladas, a hacer de manera gratuita algo por los demás.