
El pasado 7 de mayo se celebró en Perú la beatificación de María Agustina Rivas López, ‘Aguchita’, asesinada por Sendero Luminoso. Esta es su historia.
El papa Francisco, cuando visitó el Perú en 2018, dijo que “esta es una tierra de santos”. Todos pensamos primero en Santa Rosa Lima, San Martín de Porres, Santo Toribio de Mogrovejo y otras grandes figuras de la iglesia peruana, pero hemos sido testigos de la beatificación de varios hombres y mujeres del siglo XXI cuyos testimonios de vida nos hablan de otra manera de ser santos. En el año 2015 fueron beatificados los tres mártires de Pariacoto: los misioneros polacos Miguel Tomaszek, Zbigniew Strzałkowski y el italiano Alessandro Dordi. El 7 de mayo de este año la religiosa peruana María Agustina Rivas López, ‘Aguchita’, ha sido beatificada en La Florida, en la Diócesis amazónica de San Ramón.
Aguchita fue la primera religiosa peruana asesinada por Sendero Luminoso. Nació en Coracora en el departamento andino de Ayacucho en 1920. De niña ayudó a sus padres en la chacra y en el cuidado de los animales. A los 22 años inició su noviciado con las Hermanas del Buen Pastor y en 1949 hizo su profesión perpetua.
No es la muerte de Aguchita lo importante, sino su vida de servicio sencillo y cotidiano
En la década de los 80 en el Perú imperaba un alto nivel de violencia política. De acuerdo con la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), los pueblos indígenas de la selva central del Perú fueron muy golpeados por la violencia terrorista. Se calcula que de 55.000 asháninkas, cerca de 10.000 fueron desplazados; 6.000 personas fallecieron y cerca de 5.000 estuvieron cautivas por el grupo Sendero Luminoso. Se calcula que durante esos años desaparecieron entre 30 y 40 comunidades asháninkas.
En ese contexto, Aguchita, con 67 años, pidió a su comunidad religiosa viajar a la selva central para servir a los más necesitados en la zona de emergencia de La Florida, provincia de Chanchamayo, departamento de Junín. Allí, se dedicó a la educación de los jóvenes y a colaborar con las mujeres del campo. Les enseñaba a rezar, a tejer, hacer el pan y a cuidar de las plantas y animales.
En la tarde del 27 de setiembre de 1990, un grupo de jóvenes senderistas llegó al referido pueblo de Junín. Aguchita se encontraba haciendo dulces con unas niñas cuando una joven senderista la obligó a ir a la plaza. Durante la reunión, el cabecilla del grupo terrorista leyó una lista de seis personas que serían ejecutadas. Dentro de esos nombres estaba el de la hermana Luisa, otra religiosa del Buen Pastor, pero no se encontraba allí. En su lugar, Aguchita fue ejecutada por “hablar de paz y socorrer a los más pobres”. Una joven de solo 17 años la mató de cinco disparos. Las últimas palabras de Aguchita no fueron para defenderse, sino para interceder por las otras víctimas.
Todos estamos llamados a ser santos en las ocupaciones de cada día
Los beatos y los santos suelen ser presentados como modelos que nos dan ejemplo de vida cristiana quiere decir que los santos no son extraterrestres, ni héroes. La santidad es para todos. Nos recuerda que el Señor “nos quiere y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada”. Todos estamos llamados a la santidad, o sea, a intentar vivir y cumplir nuestra tarea, nuestra profesión, día a día, lo mejor posible, de la forma que consideremos que mejor contribuya al bien de los demás. En eso fueron ejemplares Miguel, Sandro, Zbigniew y Agustina: en pasar haciendo el bien, en servir a los más humildes.
El mensaje que estos santos del siglo XXI nos dejan es que no se hicieron santos ejecutando proezas y haciendo cosas extraordinarias. Nada más común y ordinario que la sonrisa y naturalidad con la que Aguchita curaba, preparaba sencillos dulces y enseñaba a cocinar o a tejer. Nada más común que el tiempo que dedicaba a hablar con los jóvenes sobre sus problemas y a dirigirse a ellos como su dignidad de seres humanos merecía, con respeto, cariño e interés.
Lo que convirtió en grandes cristianos, beatos y santos a Aguchita y a los mártires de Pariacoto no fue su muerte, sino su vida. Murieron como vivieron: amando y sirviendo a los demás y por eso los mataron. Esa es la lección que nos dejan: nadie puede elegir cómo morir, solo podemos decidir cómo queremos vivir.
Nadie puede elegir cómo morir, solo podemos decidir cómo queremos vivir
Estos son los santos que el mundo de hoy necesita: personas cuya cercanía al Dios de Jesús se expresa en una profunda humanidad. Como dice Francisco, la santidad implica la relación con el prójimo, con los vecinos: “No es sano amar el silencio y rehuir el encuentro con el otro, desear el descanso y rechazar la actividad, buscar la oración y menospreciar el servicio”. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra”. El reto para el ideal de la santidad es la vida diaria, no las cosas extraordinarias.
*María Rosa Lorbés, comunicadora especializada en temas de religión, política y derechos humanos. Socia del Instituto Bartolomé de Las Casas. Miembro de SIGNIS-Perú.