Las palabras del papa Francisco están removiendo la Iglesia. Esta afirmación, tan rotunda como aceptada, tiene consecuencias fuera y dentro de la misma. Fuera, otras confesiones, corrientes ideológicas y culturas están reaccionando, de alguna u otra forma, a los mensajes del primer pontífice americano de la historia.
Dentro, las sacudidas del jesuita argentino parecen estar desembocando en una importante dosis de moral y acogida entre los sectores más pastorales y, sin embargo, al mismo tiempo, también parecen estar causando importantes “dolores de cabeza” entre los sectores más tradicionales.
En América Latina, África subsahariana y algunos rincones de Asia el peso pastoral parece determinante en las políticas internas debido a la juventud de la población creyente y a la idiosincrasia heredada de una antigua periferia geográfica respecto a la metrópoli europea. Mientras tanto, en el viejo continente, envejecido e inmerso en una enorme crisis vocacional, ese peso determinante de dichas políticas es aún, en gran medida, tradicionalista y conservador.
En España, uno de los países más católicos de Europa y donde las costumbres y tradiciones cristianas tienen un arraigo medieval, es curioso observar cómo la nueva doctrina de Roma, unida a los cambios derivados de la crisis y los movimientos sociales, está calando mucho menos.
Todas estas observaciones no dejan de ser eso: meras apreciaciones o teorías subjetivas de alguien que, antes que redactor, ha sido y es lector y que, antes que periodista, ha sido y es un cristiano de base más. Sevilla y su Semana Santa conforman, quizá, uno de los mejores escenarios para ejemplificar lo comentado.
El arzobispo de Sevilla, monseñor Asenjo, va a solicitar en breve la concesión, por parte del Vaticano, de otro obispo auxiliar. Lo va a hacer porque dice, literalmente, que “hay trabajo para tres obispos”. Y puede que no le falte razón. La hispalense es una de las diócesis más activas y numerosas de la Conferencia Episcopal Española.
Las hermandades, ya sean de gloria o de penitencia, juegan un papel clave, ya que vertebran buena parte de la actividad de la Iglesia sevillana. Y es aquí donde se comprueba el profundo arraigo del papa Juan Pablo II. Pocas son las hermandades que no han incorporado algún detalle sobre el pontífice en cualquier parcela.
El respeto máximo a las tradiciones es un mantra que no desaparece del ideario de cualquier órgano de gobierno. El Arzobispado de Sevilla lo sabe y no sólo lo respeta sino que lo ensalza, como hacía Karol Wojty?a. Ya pasaba bajo el mandato del Cardenal franciscano Carlos Amigo Vallejo y sigue ocurriendo hoy, con Juan José Asenjo, tras ocho años en el cargo.
Pero la crisis, como otras en el pasado, ha golpeado duramente la realidad social del país, incluida la de las familias sevillanas de clases bajas y medias. Cada vez que eso pasa, la Iglesia parece reaccionar de alguna forma y adaptarse a los tiempos. Eso sí, a su ritmo.
Francisco es cabeza visible de ese movimiento de cambio mencionado y ese soplo de aire fresco -a pesar del conservadurismo reinante en el influyente mundo de las cofradías en diócesis como la de Sevilla- ha llegado a todas partes.
[quote_right]En Sevilla una Iglesia intenta virar el rumbo hacia las periferias y otra aún parece estar en otro siglo. [/quote_right]En una ciudad tan clásica, era previsible que los partidos tradicionales volvieran a ganar las elecciones, pero no deja de ser llamativo que los nuevos partidos hayan entrado con fuerza en el consistorio sevillano. Nuevas voces hablando de nuevas medidas para atajar la pobreza crónica a la que se están viendo abocados algunos de sus barrios, entre los más empobrecidos de España.
Y nuevas políticas sociales de una Iglesia local inmersa en la construcción de un histórico centro de formación para la inserción de jóvenes en riesgo de exclusión y unas hermandades más volcadas que nunca en las bolsas de caridad. Nuevas formas para un tiempo nuevo, más social, de cambio.
Sin embargo -y he aquí otro “pero”-, la caridad parece haber alcanzado un estadio ambiguo. Cuando menos, da la sensación de que un concepto tan objetivo en el pasado, es bastante subjetivo en el presente, incluso en el seno de la Iglesia. Esto es lo que puede pensarse al comparar las denuncias de las organizaciones sociales de la Iglesia -presentes en todas las diócesis del Estado y encabezadas por Caritas– y las de la Conferencia Episcopal, las archidiócesis y, sobre todo, las hermandades.
Mientras Caritas habla de transparencia, código ético, rigor, profesionalidad, cooperación y educación al desarrollo, incidencia política y proyectos de inserción, inclusión, equidad y autosostenibilidad en coordinación y diálogo con las personas y colectivos empobrecidos o en riesgo -conceptos reforzados por el papa en sus intervenciones, exhortaciones y/o encíclicas-, las hermandades hablan de caridad con los pobres.
El año pasado, la diócesis de Sevilla, rica como pocas en patrimonio, gastó menos de una quinta parte del presupuesto en iniciativas solidarias. Paralelamente, sólo un 10% de las hermandades de esa diócesis presentó sus cuentas al arzobispado.
Una Iglesia que intenta virar el rumbo hacia las periferias y otra que aún parece estar en otro siglo. “Con la Iglesia hemos topado”, dice el dicho. “Con las cofradías hemos topado”, podría decirse.