Pedradas para Goliat (1)

Esta es la presentación del tema elegido por Valmaseda para colaborar de forma periódica con la revista; Pedradas para Goliat.

Goliat era un señor con bastante poder que fue vencido por un pequeño con una piedrita en su cabezota. Era una de las historias que más nos gustaba de pequeños en catequesis.

tirachinas y, si no aparecen, habrá que buscarlos porque haberlos haylos, tantos como brujitas buenas que barran a escobazos cabezas de Goliat. Había una vez – dijo Paco Ibáñez- un pirata honrado, una bruja hermosa y príncipes malos, tantos como Goliats.

Pues eso vamos a buscar por los rincones del mundo Davides y brujitas buenas contra Goliats y príncipes malos. Si a alguno de ustedes, lectores buenos, se les ocurren casos de estos tipos manden a Alandar sus nombres y aquí su servidor los convierte en historias.

El Goliat Marcinkus y el David Luciani
El Papa Luciani contra la mafia en el Vaticano

Siguen los Goliats queriendo aplastar a los pueblos, pero los pequeños unidos jamás serán vencidos

Sí, en el Estado más pequeño del mundo, tan pequeño que algún día dejará de ser Estado, también está infiltrada la mafia. La culpa es que en ese Estado hay demasiado dinero y no se emplea a veces para lo que se debiera emplear. Pero resulta que apareció como papa en el Vaticano la figura sonriente de un tal Luciani contagiado, como debe ser, por el espíritu del que debe ser el alma del susodicho Vaticano. Saben a quién me refiero ¿no? Sí, claro, al campesino galileo, Jesús de Nazaret.

Enseguida los mafiosos, Goliats de esta historia, le aconsejaron al dicho papa Luciani: «Usted, santo Padre Juan Pablo I -es el nombre que él eligió- no se preocupe de nada. Limítese a sonreír y déjenos a nosotros lo demás.»

El papa les dijo que si pero, sin dejar su sonrisa, se puso a mirar a un lado y a otro y hasta debajo de las alfombras del Banco Ambrosiano, donde tenía su trabajo un tal cardenal Marcinkus, el principal Goliat de nuestra historia.

No se dieron cuenta al principio de que el sonriente David era ese Juan Pablo que tenía metidas en la cabeza y el corazón, como piedras arrojadizas, las frases del galileo en especial ese de «no podéis servir a Dios y al dinero» y la de «felices los pobres y ¡ay de vosotros los ricos!» De una manera u otra las iba soltando en documentos y escritos. Empezó a decir a sus amigos (o los que él creía amigos) que había que tirar esa piedra al Goliat Marcinkus, que tal vez Luciani no sabía que tenía parientes mafiosos hasta en América.

Bueno -me preguntarán ustedes- pero ¿Cuándo va a empezar la pedrea? Despacio, que estos no son los tiempos anteriores a Jesús y ahora el enfrentamiento es más complicado.

Marcinkus, Villot y otras personalidades que rodeaban a Juan Pablo I tenían otros medios más «caritativos» que la espada para quitar de en medio a Luciani. Cambiaron a algún mayordomo fiel al papa y por la noche, cuando ya estaba Juan Pablo en la cama revisando unos documentos importantes, alguien que no era sor Vicenza -la monja que solía llevarle el café- le puso otro café bien cargado de valium.
David-Luciani quedó dormido con su media sonrisa de sueño, sin soltar los papeles de la mano. Entonces entró Goliat con cianuro en un sobrecito y se lo metió al papa en la boca entreabierta.
Cuando llegó sor Vicenza, preocupada, a la habitación encontró al papa con los papeles en la mano… todo normal, solo que ya no respiraba.

En primer lugar, hicieron jurar silencio a sor Vicenza acerca de lo que ella había visto. Posteriormente, el médico que certificó la muerte del papa sugirió que había que realizar una autopsia por ser una muerte repentina; sin embargo, los cardenales (Goliats) que se habían adueñado de la situación se negaron rotundamente a dicha autopsia. ¿Por qué? Yo les he prometido contarles casos semejantes a las pedradas de David a Goliat, pero no puedo contarles el fin de esta historia porque, a día de hoy, aún falta el final.

Francisco que vuelve a hablar de «felices los pobres» ha beatificado al papa de la sonrisa, pero el misterio de la muerte de Juan Pablo I queda flotando sobre el Vaticano y, junto a él, el caso de Emanuela Orlandi y de varios guardias suizos asesinados.

Esto no puede quedar así. Las mafias siguen en el Vaticano y el papa Francisco sigue enfrentado a ellas, ya lo están viendo. No es cosa de un David individual como decíamos al principio.

LOS PEQUEÑOS UNIDOS JAMÁS SERÁN VENCIDOS.

Martín Valmaseda
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