La realidad peligrosa

Stefan Zweig, probablemente uno de los mejores escritores de todos los tiempos, publicó en 1939 un libro excelente de lectura obligada, La impaciencia del corazón. En la nota introductoria del autor se especifica que existen dos clases de piedad: una débil y sentimental, que es solo impaciencia del corazón para liberarse lo antes posible de la penosa emoción ante la desgracia ajena y otra piedad, la única que cuenta, desprovista de lo sentimental, creativa, que sabe lo que quiere y está dispuesta a aguantar con paciencia y resignación hasta sus últimas fuerzas e incluso más allá.

Mariano Rajoy, probablemente uno de los peores políticos de todos los tiempos, llegó a la presidencia tras haber obtenido la mayoría absoluta. Aunque, aparentemente, una mayoría absoluta implica una brillante, apabullante y honrosa victoria, lo lamentable para Mariano Rajoy y –lo que es peor– para España es que las apariencias no siempre se corresponden con la realidad. La victoria de Mariano Rajoy el 20 de noviembre de 2011 fue, sin duda, legítima, indiscutible, matemática. También fue una victoria exactamente a la altura del vencedor, una victoria completamente digna de él: sin honor, sin mérito alguno, a la tercera. Mariano Rajoy no pudo disimular en ninguna de esas ocasiones su naturaleza de político mediocre, aspecto que, por otra parte, nunca ha sido un impedimento de importancia para obtener grandes logros en la política española.

Desde el principio de su mandato ha quedado claro que, para Mariano Rajoy, existen dos clases de realidad. Una, débil y sentimental, donde el dolor ajeno vence a la paciencia propia. Otra, la que de verdad cuenta, desprovista de lo sentimental, pero creativa, donde la paciencia y la resignación son capaces de soportar el dolor ajeno y propio incluso más allá de sus últimas fuerzas. Sin embargo, presidente y país parecen no encontrarse en el mismo punto de la realidad, sino cada uno a un lado de la misma.

Un país con la situación y trayectoria de España a la altura de septiembre de 2012 es consciente de su dolor propio e incluso del dolor ajeno que puede suponer para sus gobernantes el tener que gobernar dicha situación con el objetivo de corregir dicha trayectoria. Perdidas la inocencia y la esperanza a corto plazo, pero también agostada la paciencia hasta límites inquietantes, ha ido naciendo en la población española una nueva conciencia. Con ella, se permite lamentarse por lo perdido, asumir cierto grado de sacrificio (alto y de crecimiento aún en alza), esperar con la paciencia que aún le queda que algo mejore y que lo peor no llegue y seguir disfrutando en la medida de las posibilidades de cada cual cuando cuada cual llega a la conclusión de que lo peor acabará llegando y entonces no habrá merecido la pena guardarse o encogerse.

Sin embargo, a pesar de la inexplicable paz de sus calles, que aún no encuentra la manera escandalosa de quebrantarse, hay en el país la certeza –más que la sospecha– de que el ejecutivo, con Mariano Rajoy al frente, intenta convencer a todos de que la realidad pasada, presente y futura es una e indiscutible y que cualquier otra es una realidad peligrosa, sin que el gobierno dé muestra alguna de saber lo que la población general conoce, aunque sea de manera intuitiva: que las cosas se podrían hacer mejor si no se intentaran imponer al país unas renuncias que, a buen seguro –puestos a renunciar–, serían sustituibles por otras que no generaran tanto desasosiego en la población en cuanto a sus perspectivas de futuro, su capacidad para un bienestar acorde con la época y el lugar y su confianza en quienes, a fuerza de prometer imposibles, han logrado sin honor ni mérito –pero sí legítimamente– el poder político.

El problema de Mariano Rajoy, lo que le ha apartado en un tiempo récord de su electorado y ha exasperado a sus muchos detractores es que esa realidad débil y sentimental para él es, para el resto del país, la otra y la que para el país es la realidad donde la paciencia y la resignación aguantan el dolor para Mariano Rajoy es débil y sentimental. Mientras el presidente intenta convencer al país de la inevitabilidad de sus métodos –y de la eficacia de estos– la situación empeora y la desesperación de quienes claman por una alternativa que, con honestidad, sea la menos mala, aumenta. Es en este punto donde el problema de Mariano Rajoy pasa a ser el error de Mariano Rajoy y donde el error de Mariano Rajoy pasa a ser el laberinto donde Mariano Rajoy y el país se persiguen mutuamente huyendo de lo que cada uno piensa que es la realidad peligrosa.

Stefan Zweig se suicidó en 1942 porque su corazón no tuvo la paciencia de esperar a que su propia realidad peligrosa dejara de serlo. Mariano Rajoy es, todavía hoy, el presidente del gobierno de España, sin sospechar los peligros que su irresponsable ingenuidad y su laberíntica metodología siguen cultivando para la realidad del país.

1 comentario en «La realidad peligrosa»

  1. La realidad peligrosa
    Empieza muy bien pero después, al establecer la analogía con el presidente Rajoy y sus políticas, resulta más confuso.
    El final también resulta confuso: ¿Fue la piedad de Stephan Zweig de una impaciencia «débil» ó de una impaciecia «creativahasta el límite de sus fuerzas»?

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