Escribo como réplica a la carta publicada en el último número de alandar con el título Desacuerdo sobre la familia, de Juan Heras Mateos. Dicha carta comenzaba diciendo: “meter en el mismo saco a homos y lesbis y personas divorciadas de distinto sexo, que se unen después de haber estado unidas, una o las dos, a otra persona del sexo opuesto, me parece una falta de rigor impropia de un editorial…”. Y seguía.
Leo este comienzo y llego hasta el final, mientras intento que la indignación y la ofensa no me nublen el entendimiento. Mientras, me pregunto qué pasa por la cabeza de alguien que es capaz de hablar con tan poco respeto de hombres y mujeres de todos los pelajes y trayectorias vitales que –por no ser extraterrestres sino hombres y mujeres normales y corrientes– forman sus propias familias como buenamente pueden y consideran.
Me pregunto qué pasa por la cabeza de alguien así, me pregunto qué pasa por su corazón. Intento pensar (para que el impulso de gritarle no me quite capacidad para compadecerle) en qué tipo de niño fue, qué tipo de padre y madre tuvo o no tuvo, qué clase de abuelos y abuelas tuvieron o no contacto con él, qué lecciones se le dieron sobre el amor, la relatividad, la flexibilidad, la complejidad de los seres humanos y los vínculos que establecen entre ellos. Homos y lesbis dice, como quien habla de heavies y pijos, de coleguis y troncos, de bolis y pitis.
No tengo ningún interés en preguntárselo a él personalmente (me basta con que le interpele esta replica) pero sí me pregunto a mí mismo: ¿quién se ha creído que es?
Sin duda no ha leído con la suficiente atención el artículo de portada al que alude, sin duda se niega a ver más allá de lo que ya tiene decidido. Eso le ha impedido advertir que en aquel artículo, Foto de familia, no se loa modelo familiar alguno, sino que se hace notar que la familia es un núcleo complejo y cambiante a lo largo del tiempo y el espacio. Se ensalza la capacidad de la familia de, gracias a esa plasticidad, salvaguardar en momentos de crisis hasta lo más “insalvaguardable”.
Ya veremos (nos previene) cuando les toque dar el callo a dos abuelos hombres y dos abuelas mujeres. ¿Qué veremos? ¿Qué es lo que supone este señor que no podrán hacer, que no podrán haber conseguido con sus nietos e hijos, sus sobrinos, sus ahijados, sus sobrinos-nietos, toda aquella persona a la que consideren tan familia como para querer protegerla si lo necesita? No ha entendido que al ser humano le nutre más la eficiencia en los cuidados, la pericia al responder a las necesidades, la salud integral de quien le precede generacionalmente en su casa… que la genética y la complementariedad de los sexos.
Insistía el artículo e insisto yo en que cualquier familia que cumpla sus funciones es identificable con aquella “sagrada” del portalito: no importaba que se llevaran muchos años entre él y ella, que tuvieran una relación tan normal y completa que (se supone) nunca se habían acostado, que él dudara de ella, que tuvieran a un niño a salto de mata (y que estuvieran a punto de perderlo en un templo años después), que fueran pobres, que fueran proscritos, que estuvieran tirados en la putísima calle de Belén. Hasta los niños de poca edad que observan el belén de sus casas con candor, sin buscar las entretelas familiares del santo varón y la virgen inmaculada, pueden, si se les explica con amor y sin odio, entender ciertos “despropósitos”.
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