Acabo de leer el artículo Bienestares de Dolores Aleixandre (publicado en el número de febrero) y ha despertado en mí un sin fin de emociones.
Efectivamente, con 82 años soy hija de la guerra y de sus consecuencias y así y todo recuerdo una infancia feliz. Merendaba pan con chocolate o pan con aceite y azúcar, cuando nos tocaba en el racionamiento. Cuando, con grandes sacrificios, a los 15 años me regalaron la primera bicicleta, fue más para mí que si hoy tuviera un Porsche. Tenía 20 años cuando instalaron el teléfono en casa y aquello parecía un lujo descomunal.
Pienso que quizá hemos corrido demasiado, sin dejar asentar el poso que eso representa. No hemos aprendido a compartir, ni que la sencillez en la vida da más felicidad que la opulencia.
Ahora, cuando mucho de lo alcanzado va en regresión, es momento de volver al Evangelio y aprender que Jesús nos enseñó a ser libres, pero libres del todo, libres para ser felices en la humildad, en acompañar, en compartir, en escuchar, en caminar al lado del pobre y el desvalido; ayudar al de más abajo a subir un escalón, bajando nosotros cuantos haga falta para el encuentro.
Gracias Dolores por haberme traído a la memoria tantos sentimientos y también tantas emociones. ¡Que Dios te bendiga!
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