La diversidad religiosa es hoy una realidad inevitable y también una oportunidad. Así quedó patente en un seminario interreligioso organizado este verano por el Consejo Mundial de Iglesias. Este curso, cuyo tema fue «Construir una Comunidad Interreligiosa», contó con la presencia de jóvenes cristianos, judíos y musulmanes de varios países y tuvo lugar en el Instituto Ecuménico de Bossey en Ginebra, Suiza.
Los participantes escucharon presentaciones sobre las tres religiones y las contribuciones de cada una a la construcción de la paz. Además, prepararon alternativamente las oraciones diarias de la mañana y asistieron a los servicios en una iglesia, una sinagoga y una mezquita de Ginebra.
La religión es considerada frecuentemente como un obstáculo para la paz, pero la paz es un tema central en todas las religiones y una buena base para el debate sobre la construcción de comunidades interreligiosas, dijo Delphine Horvilleur. Horvilleur, una de las pocas mujeres rabinas en Francia, puso de relieve la importancia de la pregunta «¿Quién es el otro?».
Afirmó que se presentan dos amenazas fundamentales cuando se examina la cuestión del «otro» a través del diálogo interreligioso. «Es desalentador comprobar que existe en el diálogo interreligioso una tendencia a avanzar hacia la idea de una absoluta identidad: un intento de sincronizar todas las posiciones”, señaló. «Crear la idea de que no hay absolutamente ninguna diferencia entre las religiones puede ser una gran amenaza”.
Sin embargo también existe un peligro en el otro extremo, agregó: «La otra amenaza más común es la idea de que hay una única verdad, o de que ‘mi verdad’ es más verdad que tu verdad'». La clave para un diálogo constructivo es trazar una vía media entre estos dos extremos, afirmó.
Un diálogo cada vez más importante
El Reverendo Bruce Myers, sacerdote de la Iglesia Anglicana de Canadá y estudiante en Bossey, resaltó la importancia cada vez mayor del diálogo interreligioso en el contexto canadiense. «Nos gusta seguir pensando en nosotros como un país cristiano, y las estadísticas y los censos lo confirman, pero somos también un país de inmigrantes y siempre lo hemos sido. Recibimos continuamente nuevos canadienses de partes del mundo donde el cristianismo no es la religión predominante y estamos aún en proceso de aprender, como país, cómo podemos crear espacio para los otros, para los recién llegados y las nuevas expresiones religiosas, y seguir manteniendo lo que podríamos considerar una identidad canadiense.»
Myers señaló que hay numerosos ejemplos de cómo se plantean estas cuestiones en la vida cívica, por ejemplo, en el debate sobre si es apropiado que las mujeres musulmanas que llevan velo tengan que descubrir su rostro en la cabina electoral para identificarse ante el escrutador al emitir su voto, o si es aceptable que un miembro sikh de la policía montada lleve un turbante en lugar de su sombrero distintivo.
Para Myers, suele haber una tensión entre el ecumenismo clásico cristiano y la necesidad emergente de un diálogo interreligioso. «El ecumenismo ha sido siempre para mí una pasión: fortalecer los vínculos entre los cristianos y reducir las divisiones entre las iglesias», afirmó. «Pero esto no es suficiente en el siglo XXI. Tenemos que ir más allá del ecumenismo y hablar en términos interreligiosos»
Jessica Sacks, judía ortodoxa de Jerusalén, es testigo directo de cómo pueden surgir divisiones basadas en diferencias religiosas. «Vengo de un lugar donde no puedes dejar de empeñarte en un diálogo interreligioso: un lugar donde vivo en vecindad con personas cuyo idioma es diferente y que interpretan el lugar donde vivimos de forma completamente diferente». Como alumna de la Universidad Hebrea de Jerusalén, era miembro de un grupo de alumnas musulmanas y judías que se reunían regularmente para hablar de sus respectivas creencias religiosas. «Fue significativo y creamos amistades. El cambio llegará si cada una trabajamos en nuestras propias comunidades para tratar de conseguir que se abran un poco más”.
El pluralismo religioso, una realidad
Para Lubna Alzaroo, estudiante de literatura inglesa en la Universidad de Belén, “hay muchas verdades, y mi verdad puede ser diferente de la verdad de otra persona». «Está bien que la gente sea diferente, porque en ello está basada la sociedad: en la diversidad y las diferencias entre las personas”, afirmó.
Alzaroo fue una de los diez participantes de religión musulmana del grupo, procedentes de países tan diversos como Rumania, Indonesia y Filipinas. Otra participante, Sarah Abdullah, vive en una ciudad de 600 habitantes de Carolina del Sur, Estados Unidos, donde ella y su madre son las únicas musulmanas. «Es una cultura predominantemente cristiana. El diálogo interreligioso es importante para esa zona. Cuando llegué allí por primera vez, la gente estaba asombrada y no lograba entender quién era yo”.
Lo vivido en el curso le ayudará a comprometerse con la gente de su comunidad en EE.UU. «He aprendido muchas cosas que no conocía, aunque he pasado la mayor parte de mi vida en un país cristiano. Me ha abierto los horizontes y me ha ayudado a pensar sobre el mundo más allá de los Estados Unidos. Ahora que tengo un conocimiento mejor sobre el cristianismo, puedo relacionarme mejor con los cristianos que me rodean.»
(*) Emma Halgren, pasante de comunicación en el CMI, es miembro de la Iglesia Unida de Australia
(**) Este artículo es un resumen del reportaje de E. Halgren aparecido en la web del Consejo Mundial de Iglesias.
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